Sabado, 14:50h

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27.11.2012

A Laia, cuando algo le da miedo o respeto, o tiene alguna dificultad, normalmente habla de ello como si le estuviera pasando a su hijo o a algún personaje que se inventa. Hablar así, en tercera persona, le hace más fácil contar lo que siente. En honor a ella, que es lo que más amo, explicaré hoy algo que también me es muy difícil, esperando que su sistema, hoy, me ayude.

«El sábado ella tenía que entrar a trabajar a las 15h de la tarde. Se había marchado hacia Barcelona todavía un poco agobiada porque un rato antes, su hija había caído mientras jugaba sobre la cama y se había dado con el canto de la mesita de noche en la frente y la mejilla. Le había puesto hielo, la había calmado, pero se había llevado un buen susto: las dos. Cuando llegó a Barcelona empezó a buscar aparcamiento, siempre cuesta en ese barrio a esas horas del mediodía. Mientras buscaba, no se dio cuenta de que el semáforo se ponía en rojo y cruzó, totalmente confiada. Por la otra calle venía otro coche que se le había puesto el semáforo verde y simplemente, había continuado la marcha sin darse cuenta de que ella también cruzaba. Se la había llevado por delante. No hubo ni ruido de frenos, ni claxon. Ella sólo notó un impacto seco al otro lado del coche y sintió como saltaban los airbags laterales, que hicieron que al menos no pegara con la cabeza al cristal. No entendía nada, no sabía qué había pasado. No perdió la conciencia pero se sentía aturdida. El otro coche, pequeñito, volcó. Ella salió del coche y un montón de gente fue a ver, ella también, si los del otro estaban bien. Se oían voces y ella sólo pensaba «por favor, que estén bien, por favor, que no haya ningún niño, por favor, por favor…» Finalmente salieron por la ventana. Aparentemente no se habían hecho nada, no tenían ni sangre ni heridas físicas visibles. Ellas lloraban y él gritaba enfadado. «He sido yo», dijo ella «Te has salteadas el semáforo», dijo él indignado, «Lo siento, no me he dado cuenta. Lo siento muchísimo». Él era muy joven, 19 años me dijeron, ellas todavía más. Estaban muy asustados. Ella también, evidentemente, pero quizá la edad hacía que estuviera un poco más serena. Les pidió perdón diez veces o más. No sabía qué iba a hacer ni cómo debía proceder. Aún no había llorado. Cuando llegó el padre de los chicos la abucheó. «Lo siento muchísimo, no lo he hecho adrede…» dijo ella. Un matrimonio muy amable que habían visto los gritos del hombre se apiadó de ella y le dijeron «no le hagas caso, se ha asustado». Le repitieron una y otra vez que esto ocurre muchas veces, que nos puede pasar a todos, que hace falta un segundo para despistarte, que no pasaría nada, que todo iría bien, que los seguros lo arreglarían y que lo importante era que todos estaban bien. Llamó al trabajo «acabo de tener un accidente», le dijo a uno de sus mejores amigos «Ahora vendrá alguien a ayudarte, tranquila, no te preocupes por nada». 5 minutos más tarde aparecían dos compañeros de trabajo y ella, entonces, al verlos, sí que comenzaron a salir lágrimas «¡no lo he visto, no lo he visto! ¡Como me ha podido pasar algo así!», repetía. Pero ella no podía pensar en nada más que en que era culpa suya y en la que habrían podido hacerse mucho, mucho daño. Unos bomberos le dijeron que entrara en la ambulancia, que debían mirar si estaba bien. A ella le dolía el cuello. Allí dentro empezó a llorar, dándose cuenta ya más de todo, y pensando «mierda, mierda». Llamó a casa y le dijo a su marido «estoy bien, no te preocupes, estoy bien», no quería que ni él ni su hija se preocuparan por nada… El amigo y compañero de trabajo se ocupó de todo y ella no tuvo que hacer nada más que dejarse hacer. Cuando todo ya estaba más calmado el padre de los chicos hizo llegar sus disculpas «que me perdone si le he hablado mal». Se la llevaron al hospital. Radiografías. Nada roto, esguince cervical. Ella había perdido las gafas, debían de estar en el coche. Las lágrimas no paraban, cada vez que pensaba en lo que hubiera podido pasar, le dolía el corazón. «En Barcelona pasan cosas de éstas cada día», le decían, pero eso a ella le daba igual. Como le había podido pasar algo así, se repetía… El seguro se movilizó y la llevaron a casa. Por el camino empezó a recibir mensajes de móvil, la voz había corrido. Cuando llegó, su hija la miró con desconfianza por el collar que inmovilizaba el cuello. «No pasa nada, cariño, es porque no me duela tanto» la tranquilizó. «Estoy bien… Que te has asustado?» «NO» dijo ella, pero después supo que había estado llorando un rato diciendo «Quiero a mamá». Abrazó a su madre, que era quien cuidaba a la niña en ese momento y no lloró. No quería que se asustaran aún más. Se puso el pijama como pudo y se tumbó en el sofá. Eran casi las 20h de la tarde y no había comido nada desde las 10:30 h. Entre el batacazo del mediodía de su hija y más tarde el suyo, el estómago se había cerrado del todo. Los juegos de su hija la distrayeron ligeramente hasta que llegó su marido. Cuando lo vio entrar por la puerta y se cruzaron la mirada ya no pudo disimular más. Se puso a llorar mientras él la abrazaba muy fuerte y le decía «qué susto más bestia, eh… tranquila, esto nos puede pasar a todos… cuando conduces, tienes muchos números de lotería…».

Fueron a dormir todos a las 22h. Ella tuvo insomnio. Le dolía la cabeza y además, tampoco le paraba de dar vueltas a lo que había pasado. La culpa.

Al día siguiente todo le dolía aún más. Era un dolor como general de todo el cuerpo, sumado al dolor intenso cervical y como si tuviera agujetas esparcidas por los rincones más impensables. Tocaba digerir. Tomar conciencia y darse cuenta de que en los 18 años que hacía que conducía con millones de kilómetros a sus espaldas, era su primer accidente conduciendo ella. Quizás es cierto que se había confiado un poco con el paso del tiempo, y que con el coche, no te puedes fiar nunca, nunca, nunca. Tienes que poner todos los sentidos. Siempre.

Ahora, no se cansa de dar las gracias a sus compañeros de trabajo y a la vida: por haber sido tan generosa y haber hecho que ni los del otro coche ni a ella les pasara nada. Le parece que ha aprendido la lección, si es que había alguna. Sabe que estará unos días magullada y que aún dará vueltas a lo sucedido… Todo el mundo dice que es normal. Tiene miedo de tener miedo de volver a coger el coche. Pero ella, el coche, lo necesita y lo tendrá que superar. Sí o sí.»

La táctica de Laia funciona. No me ha sido tan difícil como me parecía al principio explicar lo que me pasó el sábado. Ahora que ya lo he vaciado y que me ha sido terapéutico, espero volver, mañana, con los temas que de verdad interesan en este blog, los de maternidad, paternidad y crianza.

 

Disculpad el paréntesis.

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

18 comentarios

  1. Viure la vida des de la consciència i plenitud fa que pateixis més els mals moments i els ensurts… però també fa que escriguis de manera tant especial i, a tots, ens arribi el teu missatge. Ànims, és cert: ens pot passar a tots. Una abraçada

  2. Madre mía, qué susto más grande…Entiendo la culpa, yo me sentiría igual, pero lamentablemente todos cometemos errores. Me alegro mucho de que nadie haya resultado herido de gravedad. Como han dicho, has sido muy valiente explicándolo tal cual ocurrió. Un abrazo.

  3. Haces muy bien de sacarlo. Leerte me ha hehco subir las lágrimas a los ojos y si, yo también doy gracias de que no haya sido más grave y que puedas compartirlo con todos nosotr@s a modo de terapia. Un abrazo!

  4. Aquestes coses no només passen a Barcelona. A mi em va passar a Sabadell fa cinc anys, anant a treballar també (diuen que la majoria d’accidents són a menys d¡un o dos km del destí, abaixem la guàrdia). En el meu cas, una noia es va saltar un cedeixi el pas, quan la vaig veure era massa tard, vaig frenar però vam topar igualment, la patinada del meu cotxe en frenar i la topada les recordo a càmera lenta. Sort de l’airbag, només tinc una hèrnia cervical que un cop cada any em recorda la seva presència deixant-me clavada amb una bona contractura. Per sort, en circular per ciutat la velocitat és relativament moderada…des d’aleshores penso que una topada a l’autopista deu ser terrible.
    Pel que fa a la por a tornar a agafar el cotxe, en el meu cas no vaig tenir problema, però des d’aleshores quan canvio de carril miro mil vegades per assegurar-me que no m’apareix ningú de sorpresa. I quan visc algun «quasi-accident» o situació perillosa a la carretera, el cor se’m posa a mil i quasi tremolo i tot…però cada any que passa aquesta mena d’estrès post-traumàtic va a menys 🙂
    Cuida’t molt i fes tota la rehabilitació que puguis perquè una lesió cervical et treu qualitat de vida, encara que al final t’hi acabis acostumant. Ànims i ja veuràs que poc a poc tot anirà passant 🙂 Una abraçada.

    1. Hola, Irene.
      Gràcies per explicar-me la teva experiència… Encara no he agafat el cotxe (encara no puc conduir) i trigaré força dies encara (a part que no tinc cotxe per agafar, clar!). I sí, em fa cosa. Segur que conduiré diferent, i que la tensió serà brutal els primers dies… Però confio que amb el temps tot anirà posant-se a lloc. Espero.
      Una abraçada i gràcies de nou

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