El caminador

20.10.2015

 

Estábamos con Lua sentadas en un banco delante de un CAP dando teta. Paró un coche justo delante y salió una mujer de unos 60 años. Fue hacia la otra puerta para ayudar a salir al que deduje que debería ser su padre. Sacaron un andador del maletero, el bolso, una maleta, las chaquetas y tardaron un buen rato en tenerlo todo listo para empezar a andar. Era todo engorroso, complicado, con el andador, el hombre que apenas se mantenía en pie, y su hija (o no), intentando ayudarle con las manos llenas de cosas que tenía que sostener.

 

Entonces me di cuenta de los paralelismos que hay entre esta etapa, la vejez, y la niñez más temprana. Podría estar sentada en el mismo banco dando teta y ver como de aquel coche salían unos padres agobiados, procurando sacar la niña de la maxi cosi, sacando el cochecito del maletero, intentando sin éxito montarlo y poner la maxi cosi encima, cogiendo la bolsa con los pañales, el recambio de ropa, el bolso, la mantita por si hace frío, etc. Es una etapa engorrosa. No, los trastos no ponen las cosas nada fáciles en estas etapas en que se debe cuidar de personas vulnerables.

 

Justamente por eso, porque son vulnerables, porque el momento es engorroso y complicado a la vez, se necesitan grandes dosis de amor y de paciencia. Cuidar bien de alguien requiere amor.

 

No se puede cuidar bien de alguien si no hay amor en lo que haces, y no es necesario tener un vínculo familiar o de amistad con la persona que se cuida. Hay maestros, enfermeras, canguros o personas que cuidan de ancianos enfermos que ponen amor en cada acto que realizan, en cada gesto, en cada mirada, en cada palabra que les dedican.

 

Qué cosas tiene la vida, ¿verdad? Nacemos y necesitamos ser cuidados por alguien para sobrevivir, y al cabo de los años, nos vamos apagando mientras necesitamos también que alguien nos cuide para poder irnos lo más dignamente posible… Nacemos y somos cuidados por unos padres de los que, después, quizás tendremos que cuidar nosotros… Supongo que la vida, que es sabia, nos pone siempre a los dos lados de la balanza para poder experimentar el lugar del otro, aunque ni seamos conscientes de ello.

 

Mientras veía aquella hija (o no) preocupada y agobiada, pensaba si unos años atrás era él quien la ayudaba a salir del coche con coletas y las rodillas peladas con miedo a que se tropezara con la acera… E inevitablemente me pregunté si Laia y Lua me tendrán que cuidar cuando yo sea mayor y las facultades físicas o mentales empiecen a abandonarme. Me pregunté si les resultará fácil acompañarme con amor y paciencia una etapa tan engorrosa y complicada. Me pregunté si ellas creen que tengo suficiente amor y paciencia para cuidarlas en esta etapa de crianza intensiva que tiene momentos tan engorrosos y complicados…

 

Sentí ternura por aquel hombre que caminaba a trompicones con el andador. Y mucha ternura por la cuidadora. Me la imaginé cansada, preocupada, sin tiempo para sí misma, removida de ver viejo de repente su padre, sin posibilidad de marcharse muy lejos el fin de semana por si acaso, intentando reubicarse en esta nueva posición de hija cuidadora y no cuidada. Y deseé que estuviera acompañada, que tenga tribu para poder ayudarla cuando lo necesite, que la apoye, la entienda y le dé la mano en los momentos bajos. Porque al igual que no se puede criar un hijo sin tribu, tampoco se puede cuidar a un padre o una madre sin ella.

 

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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