La noche del loro

Ignasi hoy estaba contento. Hacía 10 años que habían empezado a salir con la que ahora era su mujer y por la mañana, aún tumbados en la cama, habían dicho que por la noche lo celebrarían con una cena «especial». Hacía mucho tiempo que no hacían una cena «especial» porque hacía apenas 13 meses que se habían convertido en padres y, al anochecer, solían estar tan cansados​que estaban por poco más que para cenar lo primero que encontraban y acostarse.

Pero hoy era distinto, e Ignasi se sentía feliz: de que hiciera ya 10 años que estaba con ella, de haber tenido una hija, de todo… Trabajó como siempre y al mediodía se escapó a comprar un detalle para Rosa, su mujer. Fue a una tienda de al lado de la oficina que vendían bolsos. A Rosa la volvían loca y nunca tenía suficientes. «Regaladme bolsos», decía siempre a la familia en Navidad y todo el mundo le contestaba «¡pero si tienes muchísimos!», a lo que ella replicaba «¿Y qué? ¡A mí me gustan! ¡Y no tengo nunca bastantes!». Escogió uno de tonos verdes y volvió al trabajo.

Cuando eran alrededor de las 17h de la tarde recibió un whatsup que decía «Cariño, Nora tiene fiebre y bastantes mocos. Hace cinco minutos estaba a 37,5». «¡Mierda!», pensó él. Le respondió que intentaría llegar antes y le entró un no sé qué dentro de la barriga que era de sufrimiento. Sabía que sólo debía ser un resfriado cualquiera, como el que él mismo había tenido hacía una semana, pero que Nora estuviera enferma siempre lo llevaba fatal. No le gustaba y sufría, sufría mucho. A las seis y media pudo irse de la oficina y volver a casa. Cuando llegó, después de la hora de coche, las encontró en el sofá. Nora encima de Rosa, con ojillos de enferma y mejillas rojas.

– Estaba a punto de darle el pecho, me parece que se va a quedar frita. Ahora lleva el termómetro… todavía no le he dado nada.

Cuando lo retiraron, Nora estaba a 38,7 e Ignasi, en su interior, volvió a decir «¡mierda!». No era por los 10 años, ni por la cena «especial» que ya ni recordaba. Era porque no soportaba ver a Nora enferma, con esa carita y esa piel tan caliente. «¿Y si tiene algo grave?», siempre pensaba su mente, que le paraba peligrosas trampas.

Costó darle el anti-térmico porque le daba asco. Justo después: pecho, mucha leche para hacer pasar el mal gusto y para coger defensas, y fuerzas, y energía para superar ese resfriado que le tapaba la nariz.

Se quedó dormida que ya eran las ocho de la tarde. Rosa estaba agotada; la había llevado en brazos non-stop desde las cuatro de la tarde. La llevó a la cama y se quedó ella también dormida a su lado. Al cabo de una hora y pico, Ignasi se les unió, habiendo tocado antes la frente de Nora para comprobar que parecía que la fiebre había bajado.

Lo siguiente que recuerda es la frase:

Ignasi, despierta, Nora vuelve a estar con fiebre. Deberías traer el termómetro …

– ¿Qué?

– Nora, que vuelve a tener fiebre…¿Me traes el termómetro?

Fue el primer viaje a buscar cosas de los más de 8 que hizo aquella noche. Primero el termómetro, después el anti-térmico, luego los trapos mojados para poner en la frente de Nora, más tarde a hacer pis, después a buscar el humidificador y montarlo porque la niña, con la nariz tapada, no podía dormir, después para cortar una cebolla y ponerla en la mesilla de noche, muy cerca de su hija, para ver si la ayudaba a respirar mejor… Toda la noche despiertos, Rosa, él y Nora, intentando bajar la fiebre, intentando sacar mocos, intentando conciliar el sueño en medio de tantos despertares nocturnos. Él era el de levantarse y hacer los viajes porque Nora no quería dejar a mamá ni un segundo, de tan pochilla como estaba…

Finalmente se durmieron profundamente que ya eran las seis de la mañana y 40 minutos después sonaba el despertador de Ignasi. Tenía que ir a trabajar, hoy también, aunque hubiera pasado la noche del loro. Rosa era autónoma y trabajaba desde casa o sea que se permitiría el “lujo” de dormir un poco más.

Llegó al trabajo con cara de hecho polvo, de no haber dormido nada. Trabajó como pudo hasta que a las 11h decidió que necesitaba otro café. En la máquina se encontró a Santi, el amigo que lo había acompañado el día antes a comprar el bolso de su mujer.

– ¿Qué? Qué cara… esta noche sí que pinta que habéis hecho trabajo, ¿no? ¡Has celebrado a tope los 10 años, veo…!

– ¿Cómo?

– ¿No teníais la cena «especial» ayer, vosotros?

Sí… – Y entonces recordó que ni siquiera habían hablado, con Rosa, y que el bolso había quedado todavía envuelto y dentro de la bolsa de plástico, en el recibidor de casa. Se sintió, en aquel momento, algo desgraciado. Tenía que ser una noche bonita, la de ayer… Pero justo entonces recibió un whatsup de su mujer:

«Nasi… Nora vuelve a reír 😉 Ahora no tiene fiebre y parece que no tiene taaaaantos mocos como ayer. Está vivaracha y no ha parado de jugar desde que se ha levantado. Tú y yo tenemos algo pendiente, ¡no me he olvidado! Te quiero.»

Y en cuestión de segundos lo que sentía se disipó, y se convirtió en felicidad.

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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