la chica que no hacia nada

La chica que no hacía «nada»

Ana hacía semanas que vivía la maternidad, más como un peso enorme imposible de soportar, que cómo algo bueno que había venido a encontrarla.

Su hijo, de casi cuatro meses y medio, había hecho los posibles, sin saberlo, para ponérselo todo muy fácil. Para “molestarla” lo mínimo. Ella, a pesar de tener un hijo que dormía largas tiradas por la noche, que prácticamente no le entorpecía su vida con ninguna molestia, no estaba satisfecha ni feliz.

En cambio, Miguel, el padre, se sentía feliz como nunca. Satisfecho, como si de repente, estuviera por fin, completo. Cómo si todas las piezas del rompecabezas hubieran encajado de una vez por todas. De hecho, lo único que lo hacía estar intranquilo era la mirada que le veía a Ana. Sin luz. Una mirada ausente, lejana, que dejaba entrever una tristeza profunda.

Cuando él le había preguntado qué demonios le pasaba, ella sólo decía que no era esto lo que se esperaba. “¿Y cómo te pensabas que sería?” preguntaba él siempre. Y Ana sólo respondía “no lo sé”. Lo que no le explicaba a Miguel era que se sentía poca cosa.

Muchos días ni siquiera se ponía un poco guapa para salir a la calle, otros nadie la llamaba. Se sentía desconectada del mundo exterior y de su trabajo. A menudo se le hacía tan cuesta arriba salir con el cochecito y el niño a hacer según qué, que renunciaba antes de probarlo y entonces se encontraba, muchos días, que cuando le preguntaban qué había hecho ella respondía “nada”.

Para ella, todo lo que hacía con y por el niño no tenía valor, no contaba. O mejor dicho, no era visible a sus ojos. Desde que tenía un hijo todo le costaba, incluso las cosas más cotidianas y fáciles de la vida.

Tender una lavadora podía ser un trabajo titánico con él en brazos. Ir a comprar lo encontraba horroroso. Ella, una arquitecta desde siempre abocada al trabajo, sentía que se había convertido en justamente lo que odiaba. Se sentía “maruja”, se sentía “sólo” madre y esto no le gustaba.

Por eso el día que su jefe la llamó para pedirle cuando volvería al trabajo ella respondió “cuando me toque”. No pensaba alargarse ni un día más la baja, ni juntarse nada que pudiera hacerla quedar más días en casa. Deseaba volver a trabajar y hacerlo cuanto antes. Quería dejar de ahogarse.

El día antes de ir al trabajo el niño empezó a llorar. A llorar sin cesar, como no había hecho nunca hasta entonces. Aquel niño que todo el mundo bautizaba como “bueno” porque dormía y comía y poca cosa más, empezó a llorar con todas tus fuerzas.

Como si hubiera decidido dejar de callar. Como si hubiera decidido que aquella estrategia de hacer poco ruido tenía pocos y malos efectos, y hubiera optado para hacer alguna otra cosa: expresarse, reclamarla, despertarla.

Ana se sintió perdida, des-colocada. No sabía qué pasaba, no sabía qué hacer. Miguel empezó paseándolo pasillo arriba y abajo. Miraron que no tuviera fiebre, lo cambiaron e intentaron darle el pecho pero nada de nada. El bebé no callaba. Ella se empezó a desesperar… aquel llanto casi histérico la haría volver loca, pensaba… y a la vez se preguntaba cómo demonios iría a trabajar por la mañana si su hijo no estaba bien.

Su mundo pautado y estructurado de repente se hizo añicos. Ella lo cogió en brazos y le dijo “calla, por favor, para de llorar, por favor… no me hagas esto… ¡hoy no!” pero él no la escuchaba, no la oía… sólo gritaba con todas sus fuerzas, como si quisiera despertar un instinto, como si quisiera romper algo con fuerza…

Ella, despacio, le empezó a decir “estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí…” cómo si de un mantra se tratara… lo decía flojito casi sin ni darse cuenta… sólo andando con pasos decididos pasillo arriba, pasillo abajo… “estoy aquí, estoy aquí, estoy aquí…” mientras, aquel llanto se le iba enganchando por todos los rincones de su cuerpo, penetrando por los poros de su piel, por cada rendija que encontraban sin coraza…

Al cabo de media hora, lloraban los dos, casi a la vez, con el mismo lamento, con el mismo gemido…

Ella, agotada, perdida y empequeñecida se sentó en el borde de la cama con el bebé todavía en brazos. Lo abrazó y le dijo “perdóname” mientras lloraba ya mucho más fuerte que él.

Miguel, que se lo miraba a cierta distancia, agobiado, preocupado y agotado como estaba, se mantuvo un poco alejado. Despacio, los dos, madre y bebé, se fueron calmando… Ella se tumbó en la cama, con su hijo a tocar de su pecho, de su piel y de su corazón. Al cabo de diez minutos, dormían.

Cuando se despertó, lo vio casi con la misma posición con que se habían acostado horas antes los dos, agotados de tanto llorar. De repente, una ternura infinita se apoderó de su corazón, la ternura que hasta ahora, no había conseguido sacar la cabeza todavía de su caparazón.

Eran las ocho. Se tenía que vestir, desayunar y sacarse leche para que la canguro se la diera al bebé. De repente era cómo si le pesara todo el cuerpo. Sólo de pensar que él querría mamar y ella no estaría se le cayó el mundo encima. No era esto lo que sentía ayer. No era esto lo que había sentido durante aquellos cuatro meses y medio. ¿Qué demonios había pasado?

Ya dentro de la ducha, dejando caer el agua caliente encima de su cabeza, se preguntó como era posible que en aquellos momentos sintiera cosas tan contradictorias. ¿Cómo era posible que se hubiera sentido tan inútil todo aquel tiempo y que a la vez, ahora, deseara quedarse un día más con su hijo? De repente, lo necesitaba, y lo necesitaba cerca.

Cuando salió, Miguel entró en el baño con el bebé en brazos. “Ya se ha despertado”, le dijo. Ella, al verlo con aquellos ojitos todavía un poco hinchados, sintió como uno no sé qué, que le apretó la garganta…

Tragó saliva y dijo “todavía no me he ido de casa y ya le echo de menos”… y empezó a llorar. Él la abrazó, sin decir nada, y respiró aliviado, porque sabía que en aquel momento, aquella noche y con tanto llanto, algo se había deshecho para siempre. Y en aquel preciso momento supo, sin lugar a dudas, que saldrían de esta.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

4 comentarios

  1. Precioso… a la par que super emotivo!!!! Eres la más genial del mundo mundial!!! Tan pronto nos sacas una sonora carcajada, como nos haces soltar una lagrimilla… Gracias!!!!

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