El plan
Estábamos sentados en la sala de neonatos y Lua mamaba. Sabíamos que esa mañana me darían el alta y le dije: «yo no quiero que dejemos a Lua sola, tampoco de noche. Te parece bien si nos lo vamos turnando tú y yo para estar en cada toma? Nos quedan 4 días. Será duro pero pasarán y luego no nos arrepentiremos nunca de haberla dejado». «Sí, claro, hagámoslo así, te sacas leche y cuando tú duermas estaré yo». Mi marido y yo acabábamos de trazar el mapa que nos guiaría el resto de la semana hasta el alta de Lua. Un mapa gris porque significaba dormir poquísimo y aguantar como fuera, pero para nosotros, un mapa imprescindible. Ya hacía dos noches que era la única madre que me quedaba en neonatos; a mí aún no me habían dado el alta («ventajas» de parir por cesárea) y a las otras ya las habían enviado a casa; muchas vivían lejos del hospital y la logística era terriblemente complicada para pasar allí 24 horas. Más que complicada, casi imposible. Pero nosotros teníamos una suerte: vivimos justo delante del hospital y todo ello, esperaba, sería un poco más fácil.