La salud del suelo pélvico, Entrevista a Mònica Casas
Hoy os traigo al blog una persona a la que quiero muchísimo. Nos conocemos desde los 4 años y hemos
Empecé el blog en febrero de 2011, en este apartado encontraras más de mil posts sobre crianza consciente, reflexiones, consejos y mucho más para ayudarte a vivir una maternidad y paternidad plena, consciente y feliz. En mi canal de YouTube encontrarás más de 200 vídeos que te ayudaran a poner perspectiva y humor a tu día a día.
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Hoy os traigo al blog una persona a la que quiero muchísimo. Nos conocemos desde los 4 años y hemos
Estoy todavía procesando todo lo que me habéis contado a raíz del video «Cuando a las madres nos tratan de tontas» tanto
Estos últimos días, en Facebook, he ido compartiendo cosas al respecto, porque creo importante que saquemos a la tristeza del
Después de mi primer parto, que terminó en cesárea después de una fase de preparto dolorosa que se alargó 3 días, le reproché a mi madre por qué no me había dicho que la fase de preparto podía ser tan larga. Ella hacía ya más de 20 años que se dedicaba a preparar parejas para el parto y la maternidad/paternidad y nosotros habíamos asistido a sus sesiones. La cara de sorpresa que puso no os la puedo reproducir, pero sí lo que me contestó: “¿Perdona? Lo digo siempre, en todas las sesiones cuando hablamos de esta fase: que puedes ni darte cuenta, que puede durar horas, o que puede alargarse días!” El problema no es que ella no lo hubiera dicho (que sí lo había hecho), sino que yo no lo había retenido. ¿Por qué? Pues porque no me interesaba. No me interesaba pensar que justamente yo sería la de fase dolorosa y larga de preparto.
Hace días que voy haciendo la cuenta atrás. Hace días que he empezado a rememorar qué pasaba a estas horas hace un año. Recuerdo los lugares, las personas, los momentos, la situación… Y creo que también recuerdo los sentimientos, las emociones de aquellos instantes en que sabes que está a punto de cambiar tu vida. No sabes cómo ni en qué grado, pero sabes que lo que sucederá te cambiará la vida, la manera de vivir y de ver el mundo. Es aquella emoción de saberte muy cerca de algo muy grande. Muy importante.
Agosto de 2009. Entramos en el hospital con el plan de parto bajo el brazo donde decía, explícitamente, que queríamos que nos dieran la placenta. No conocía mucha gente que lo hubiera pedido pero teníamos claro que no queríamos que lo que había permitido que Laia creciera fuerte y sana dentro de mi vientre terminara en un contenedor. Debía tener un final más digno, después de todo lo que había hecho por nosotros. Y así, esa placenta terminó en el congelador de casa esperando su momento. Mi primera cesárea había sido un revés del que me costó un poco recuperarme emocionalmente y el día a día con un bebé era tan intenso, que no tenía ni tiempo ni ganas de pensar en qué teníamos que hacer con la placenta a partir de entonces. Pero todo llegaría.
Cuando ya eres madre, el parto de alguien muy cercano es una removida. A menudo en forma de nerviosismo: sabemos que está de parto y pasan las horas y no llega esa esperada foto de madre y bebé con el mensaje de «Martina ya ha nacido, ha pesado 3,500 (¿por qué siempre decimos el peso?) y somos muy felices». Cuando digo alguien cercano quiero decir alguien MUY cercano: una hermana, una amiga a quien queremos mucho, una cuñada, etc. Otras veces lo que sale es ilusión: estamos contentas y como si flotásemos porque está a punto de nacer alguien a quien querremos mucho. Porque seremos tías, o casi, de un bebé que intuimos que amaremos.
El post de hoy es un post distinto de los últimos. Es un post que puedo escribir ahora, 7 meses después de parir a Lua porque ha habido el tiempo y el espacio para dejar reposar todo lo que sucedió. Dejar reposar, tomar conciencia, ordenar, poner en su sitio, entender y positivar. Pero para poder realmente poner toda la experiencia donde toca, necesito escribir esto que escribiré.
«¿Cuánto hace que has llamado?» Esta soy yo, impaciente, preguntando a mi marido sobre esta noción de tiempo que a mí (todavía bajo el efecto de mil calmantes debido a la cesárea) y a él nos pasaba a velocidades distintas. Estaba impaciente porque ya estábamos en la habitación, yo con Lua piel con piel, y anhelaba que llegara Laia, su hermana.
“¿Lo tiene todo?», fue lo primero que le dije a mi marido cuando me puso Lua, desnuda, encima de mi pecho. Estábamos en la sala de reanimación los 3, después de que en quirófano me cosieran la cesárea. Yo ya la había visto, a Lua, me la habían puesto justo al lado de la cara, tocándonos la piel y, llorando y emocionada, me la había comido a besos. Ella me miraba, tranquila, con unos ojos como platos.