tacto

El tacto

El tacto, en este momento de mi vida, embarazada de una niña, es importantísimo. No sé si vosotros lo consideráis un sentido vital en vuestra vida o no, pero os aseguro que en la mía lo es.

Siempre me ha fascinado el poder del tacto, lo que puede decir una caricia, un abrazo, el toque de una mano, un apretón, un leve contacto piel con piel… a veces tienen mucho más poder que las palabras.

El tacto cura, el tacto conecta, y supongo que por eso a veces el tacto asusta. Supongo que es por este motivo que nos tocamos tan poco.

A nosotros mismos y a los demás. Nos abrazamos poco. Con abrazos fugaces que duran (el otro día leí) un máximo de 3 segundos de media!

Me empecé a tocar la barriga antes incluso de tener a Laia y a Lua dentro. Cuando las quería concebir, ya me la acariciaba.

Me ponía las manos encima del que sería su nido, su receptáculo. Y una vez ya me sabía embarazada, las manos me iban casi sin darme cuenta a la barriga. Caricias constantes, caricias y más caricias hacia estas dos niñas con las que prácticamente aún no nos conocíamos.

En ambos casos la barriga ha ido creciendo y es imposible que las manos no me reposen en ella muchísimos ratos. Mi compañero dice que tengo todos los jerseys y camisetas gastados de esa zona, de tanto que la toco.

Es voluntario a veces e involuntario muchas otras. Es tocar la barriga sabiendo allí mi hija dentro, acariciarla para decirle buenos días, para decirle estoy aquí, para decirle te quiero, sin decir nada todavía.

Ahora, que está Lua dentro y se mueve tanto, con el tacto conocemos todos sus rincones. Los bracitos, las rodillas, la cabeza, el culo… y no sólo soy yo quien lo acaricio y me comunico con ella a través del tacto. También lo hace Laia, con las manos, con los labios besándola.

También lo hace él, tocándome la barriga cada día varias veces, reposando en ella sus manos durante largos ratos mientras le habla en silencio y se cuentan, supongo, «sus cosas». Instalando vínculo en cada toque, en cada mano que reposa encima.

Transmitiendo amor con la palma de la mano; amor que atraviesa la piel de la barriga, y el útero y va directamente al corazón de Lua, que a su vez, responde con un movimiento, frotándose aún más justo allí donde está la mano que la acaricia. Como para decir «yo también».

No sé qué haría si me dijeran, «no te toques la barriga ahora que estás embarazada», creo que sería terrible. Porque tocándola la siento tan cerca… me siento tan una con ella, que valoro muchísimo poder tener todas las terminaciones nerviosas de la mano vivas para poder notar tanto cuando la toco.

A mí no, no me molesta que otras personas me toquen la barriga. Si lo hacen delicadamente, con respeto, no me molesta nada. Es curioso como noto cada toque de las manos que quieren saludar a Lua; todos son diferentes.

Los hay enérgicos, manos fuertes. Algunos no se atreven a tocarte; acercan la mano pero casi ni tocan la barriga y yo se las acerco para que puedan sentir a Lua y ella a ellos. Hay otros que lo hacen menos de una milésima de segundo, medio con vergüenza.

Y otros que ponen la mano y no tienen ningún problema en dejarla allí un rato. Los hay que tocan y no dicen nada. Otros tocan y le hablan «hola Lua, ¿como estás?». Y así, tantas maneras de tocarme la barriga como personas, tantas maneras de acariciar a Lua como manos la tocan…

Y pienso en ella, y en Laia, y pienso que han tenido la suerte de ser muy acariciadas, muy vinculadas desde el primer minuto en que las pensamos.

Pienso en ellas y deseo que valoren el sentido del tacto, y que no tengan miedo de acariciar a sus hijos tanto como el cuerpo les pida, como el instinto de madres les reclame.

Que no tengan miedo de tocarse la barriga hasta gastar los jerséis. Y que, una vez con los hijos ya nacidos, ignoren tanto como puedan las voces que intentarán que no les cojan, que no los toquen tanto, que no los acaricien tanto,… ¡no sea que se malacostumbren!

Laia, Lua,… acariciaros la barriga, jugad, interactuar, vincularos con vuestros hijos cuando todavía estén dentro de vuestro útero. Y haced lo mismo cuando ya estén fuera. Hacedles cosquillas, y dadles masajes. Transmitid, con el tacto, lo que a veces, las palabras no consiguen decir.

Porque si algo tiene el tacto es que queda. Queda para siempre registrado en el cuerpo. Como si hubiera un «te quiero» grabado en cada célula.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

2 comentarios

  1. Sí, sí, per mi també és imprescindible i dels plaers més immensos que existeixen! Que meravellós acariciar, amanyagar i abraçar als fills, parella, pares…a mi m’omple de tota la seva energia i jo els passo la meva!!! I tens tota la raó que amb el tacte ens transmetem els nostres sentiments més sincers i profunds, més que amb les paraules.
    Una abraçada ben carinyosa!

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