Tener hijos: ¿Dónde me he metido?

Que levante la mano quien alguna vez, a lo largo de la crianza de los hijos, no haya pensado “¿dónde me he metido?» y haya tenido tentaciones de empezar a correr. Las circunstancias pueden ser diversas: después de un parto terriblemente complicado, en una noche de llanto de bebé que parece que no se vaya a terminar nunca, la primera vez que está enfermo y no sabemos qué tiene, ni qué hacer… en la etapa de las rabietas por todo, etc. Cada uno tendrá aquel momento en que sintió que no podía más, que aquello era horroroso, que no podría sostenerlo y salir adelante.

Porque sí, en determinados momentos desfallecemos. En más de uno, y de dos y de tres, parece que lo que tenemos entre manos, acompañar a un hijo en su crecimiento en todos los sentidos, nos supera. No, no es fácil. Es una carrera de fondo, intensa y a veces dura, que requiere el máximo de nosotros. Y a veces nosotros estamos, por lo que sea, en mínimos: porque no dormimos, porque vamos cansados, porque tenemos mucho trabajo,… y entonces gritaríamos aquello de “¿dónde me he metido?».

Automáticamente, después de que se nos cruce este pensamiento por la mente como un cometa de esos que sólo se ven desde nuestro planeta una vez cada no se cuantos años, llega otro cometa (de los que pasan mucho más a menudo): la culpa. El “¿cómo puedo pensar eso, con lo precioso que es mi hijo?», El «que mala madre (o mal padre) que debo ser que siento que esto me supera?»La culpa. Esa losa enorme y de peso incalculable que a menudo porteamos días y días, sin motivo.

La culpa no nos ayuda en absolutamente nada y sólo machaca. La poca autoestima que nos queda cuando pensamos en un segundo «donde me he metido», la aniquila la culpa. Y entonces nos quedamos mucho peor de lo que estábamos: no sólo sentimos que en este momento desfallecemos sino que encima, no tenemos la autoestima necesaria que nos pueda hacer levantar y seguir.

Que nos haga sacudir los fantasmas y darle la vuelta. Que nos haga amarnos más justamente porque en un momento de flojera hemos desfallecido y nos devuelva el valor de creer firmemente que no es para tanto y que saldremos adelante. Que podemos (y de hecho lo hacemos), criar a nuestro hijo tan bien como sabemos, con todo el amor de que somos capaces y con todas las herramientas y recursos que tenemos al alcance.

Es sólo un pensamiento, un pensamiento que elabora nuestra mente como tantos otros. Un pensamiento fruto de la circunstancia, pero que no quiere decir nada más que que estamos cansados, que ahora mismo no sabemos manejar esa situación, o nos parece que no sabemos hacerlo. Y poco más… No quiere decir ni que no adoremos a nuestro hijo, ni que deseemos cambiar nuestra vida por la que era antes de tenerlo. No, no quiere decir absolutamente nada de todo esto.

Sólo quiere decir que a veces, a ratos, a momentos, sabemos menos de lo que nos gustaría. Que a veces, a ratos, a momentos, quisiéramos hacerlo mejor, con más herramientas, con más paciencia, con más todo. Que a veces, a ratos, a momentos, lo que le pasa a nuestro hijo se nos escapa y no le podemos ayudar, y esto nos provoca una impotencia tan enorme que tenemos la sensación de que no podemos resistirlo y pensamos “¿dónde me he metido?». Porque ver el sufrimiento de un hijo es un lugar donde nadie querría meterse. Porque es tan duro, tan doloroso, que cualquiera (por ganas) apretaría a correr. Pero precisamente por este amor incondicional, por esta estima que no se acaba, nos quedamos allí, sosteniendo, maternando o paternanando, con todo el amor y paciencia de la que somos capaces.

Un día leí «quiérete a ti tanto como amas a tus hijos» y me gustó. Porque a veces lo olvidamos, eso de amarnos. Y en vez de eso nos culpabilizamos, nos machacamos, como si fuéramos nuestro peor enemigo. Y eso, nunca nos hará mejores padres, al contrario.

Hagamos las cosas lo mejor que sepamos, con todo el amor posible, y si en algún momento llega el pensamiento de “¿dónde me he metido?» pensemos esto, que SÓLO era un pensamiento, fruto de la circunstancia. Nada más.


 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

5 comentarios

  1. Ui tant sí ho he pensat, jejeje!!! Sort que sempre que he tingut un d’aquests moments on em vencien les ombres hi havia algú que em reconfortava amb abraçades o paraules d’ànim. I llegir els teus posts també ajuda moltíssim a fer desaparèixer la culpa!!!
    M’encanta la frase, la recordaré quan torni a tenir un moment de col·lapse!

    1. Hola Alba,
      Sí, ajuda moltíssim tenir a prop gent que acompanya i que entén aquests moments en què ho engegaries tot a rodar… És una frase important perquè molt sovint ens estimem molt menys del que seria desitjable! 😉
      Una abraçada

    1. Hola Mo!
      Que bé! A vegades no és gens fàcil perdonar-se… hi ha qui triga anys! Que bé que n’hagis après, és un aprenentatge importantíssim. Una abraçada

  2. Com m’identifico amb el teu escrit! Més d’una vegada ho he pensat inclús arribar a dir que si arribo a saber lo complicat que seria no tinc a la meva segona filla tant seguida de la primera :(((((
    Maleïts pensaments! Estic totalmemt d’acord que són fruït de l’agotament…i més si normalment estàs sola en la criança…jo m’he sentit sola moltes vegades. Per punts de vista diferents en la criança i tb pq en el moment que passava algun problema que en superava estava sola amb elles. La meva parella ara em dona la raó en coses que vaig fer en el.passat i que ell en el seu moment no compartia amb mi…em vaig sentir sola llavors i tot i que ara em dona la raó, a vegades no sempre, em continuo sentint sola.

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