Meditar

15.1.2015

 

Hace unos 10 años todo estaba bien. Me sentía feliz con mi vida, con el rumbo que había cogido. Era periodista, trabajaba en Catalunya Ràdio y me gustaba lo que hacía. Todo estaba bien, lo sabía, lo sabía mi mente, la parte racional, pero dentro de mí sentía que algo no lo estaba. Más de un día y de dos, cuando volvía a casa después de un día intenso de trabajo, tenía taquicardia. A veces me iba a dormir y no podía parar de dar vueltas en la cama. La mente no paraba. Pensaba constantemente y en todo momento en lo que tenía que venir, en lo que tenía que hacer o en lo que ya había venido y en lo que ya había hecho. Era un no parar. Y sí, me sentía profundamente estresada.

 

Supongo que me llegó el momento. El momento de poner manos a la obra y cambiar aquella situación que a pesar que la mente me decía que era “normal” y que todo estaba “bien”, yo no me sentía a gusto. Llamé al marido de mi madre y le dije que me enseñara eso que hacía él y que se llamaba “meditar”. El día que le pedí ayuda recuerdo que lloré explicándole cómo me sentía de agobiada con tanto ruido mental.

 

Y allí empezó todo. Allí empecé a ser consciente de la desazón interna, de lo que era superfluo y de lo que no, de lo que significaba parar y de lo mucho que me costaba hacerlo.

 

Allí me di cuenta de cuán proyectada estaba hacia el futuro y hacia el pasado, y lo poco consciente que era de lo que significaba realmente vivir el PRESENTE. Creo que hasta entonces no supe, de verdad, qué quería decir esta palabra: presente.

 

Y empecé a meditar o a intentarlo. Empecé a intentar parar cada día un rato. Parar del todo. Dejar de hacer, hacer, hacer… pensar, pensar, pensar… Parar. No hacer nada. No moverme. No pensar. Allí descubrí lo mal que respiraba! Allí comenzó un nuevo aprendizaje… el de respirar, aquello tan automático, tan desde el primer momento de vida y al mismo tiempo, aquello que había olvidado del todo como se hacía “de verdad”. Inspirar… espirar…. inspirar… espira … Sentir el aire, notar como entra, notar cómo sale… Qué cosa tan sencilla y a la vez qué cosa tan difícil de hacer bien!

 

Y fueron pasando los años y fueron llegando los cambios en mi vida… con esto tan simple que era respirar, estar presente, parar… todo fue encajando, todo fue estando BIEN de verdad. Cesó la desazón, las taquicardias, las noches del “mal dormir”… y con todo ello fueron entrando un montón de cosas nuevas que ahora no vienen al caso.

 

Os hablo de esto porque un día dije que os explicaría mi relación (nuestra relación) con la meditación. Os hablo de esto porque ahora, todo aquel aprendizaje, criando dos hijas, me es extremadamente útil en muchos sentidos. He meditado en los dos embarazos y en las dos crianzas. La meditación forma parte de nuestra vida. Nuestras hijas nos ven meditar y están cuando lo hacemos muchas veces. Y disfrutan también a su manera de ello. Del silencio, del cesar. Lua duerme (igual que hacía Laia cuando era pequeña), Laia se relaja, para, aprende.

 

Practicamos el “parar” en familia. Le explicamos a Laia la importancia que tiene respirar, la importancia que tiene el silencio y a ratos, hacemos esto: parar y callar. Y nos sienta bien. A todos! A veces lo pide ella o nos dice “he estado tan bien ahora haciendo esto tranquila y en silencio…”.

 

Es curioso porque tan ella como yo tenemos el oído muy sensible y nos molesta muchísimo el ruido. Nos agobia con facilidad cuando vamos a lugares donde hay mucho ruido y a menudo nos vamos y nos encontramos diciendo al unísono “uf… qué ruido que había!”

 

En este segundo puerperio en que tengo que lidiar con dos ritmos distintos (el de Lua y el de Laia) me es muy útil que Laia entienda la importancia de hacer silencio a ratos y que sea capaz de respetarlo. Cuando su hermana necesita calma, o cuando yo la necesito. Practicar el silencio a menudo hace que ella, con 5 años y una energía a ratos desbordante, no se sienta incómoda cuando lo reclamo porque Lua está durmiendo. Y creo, sinceramente, que lo disfruta, sobre todo cuando sale del cole o cuando ha pasado mucho rato con gente y ruido.

 

Parar, meditar, me ayuda a encontrar mi centro. Y estar en mi centro hace que en momentos (como por ejemplo esta semana pasada que las he tenido a las dos enfermas y hemos pasado muchos ratos solas) pueda gestionar mucho mejor las situaciones difíciles o complicadas. Porque estoy presente y eso hace la diferencia.

 

Y no, no siempre consigo estar zen, ni mucho menos. Hay días que flojeo, que me pongo más nerviosa, que me canso más o que no estoy a la altura. Pero haber encontrado este espacio de calma interior me ayuda a regresar cuando lo necesito, y allí, en mi esencia, conecto con la intuición que me guía a menudo a la hora de gestionar el presente que me toque vivir.

 

Y desde aquí, desde la Paz y el Bienestar que me producen encontrar el centro todo es más fácil.

 

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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