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Como la bisabuela Carmen

22.9.2015

Hay gente que cuando finalmente ha elegido entre dos cosas, la decisión que ha tomado siempre le parece peor que la que ha descartado. Otros, una vez han escogido, sólo hacen que encontrar ventajas que ni siquiera habían visto antes. Yo soy de las segundas: lo que escojo siempre me parece lo mejor que podía escoger y a lo que he descartado le encuentro, de repente, un montón de inconvenientes que todavía me hacen estar más segura de la decisión que he tomado.

Esto, en casa, lo hemos aprendido de mi abuela Carme. Es una incondicional de las elecciones que toma y eso no tiene precio. Como es una abuela y bisabuela como es debido, también es una incondicional de las elecciones que tomamos los demás y esto, sentirte apoyado en todo momento, tampoco tiene precio.

Pues bien, antes de ser madre casi hubiera puesto la mano en el fuego que habría alguna edad de mis hijas que no me gustaría, que la querría pasar a toda prisa porque había oído decir mil veces que los niños, cuando crecen, ya no molan tanto. A quién no le han dicho aquello de «disfrútalo ahora que después crecerá y ya verás!» o «que bonitos son ahora… lástima que un día crecen» y yo, ilusa de mí, pensaba que tenían razón, que un día la magia se rompería y quizás, criar niñas mayores, dejaría de gustarme.

Quizá es por este optimismo nato que hay en mi familia, o quizás es que los niños, cuando crecen, no se hacen peores ni mucho menos, pero el caso es que ver cómo crecen y pasan a nuevas etapas me encanta. Ya no tengo ningún bebé pequeño, porque Lua ya no lo es para nada. Pero no lo añoro. «Ya lo echarás de menos!”, me dicen algunos cuando digo y vuelvo a asegurar que yo he cerrado el grifo y que ya no tendremos más hijos. Pero es que creo que estaré demasiado ocupada aprendiendo lo que me aporta cada nueva etapa como para añorar las que ya se han ido.

Porque ahora, que Laia ya tiene 6 años y veo, maravillada, como ha pasado de niña pequeña a niña grande, me doy cuenta que ella siempre va unos cuantos pasos delante de mí y me tengo que poner las pilas porque tengo que aprender un montón de cosas que no sabía de lo de los «niños mayores».

Y no tengo tiempo de echar de menos cuando era pequeña y rechoncha y estaba pegada a la teta. No lo tengo. Porque ella tiene nuevas necesidades y tengo la sensación, ahora que esto es tan nuevo para mí, que todavía no estoy a la altura porque ellos cambian antes de que tú te des cuenta y por lo tanto, siempre les vas detrás, con esa sensación que por más que corras, inevitablemente, no los podrás alcanzar nunca.

«Ay, la adolescencia, ya verás, ya!», también me dicen, como si eso de la adolescencia fuera el hombre del saco, que debe dar miedo mucho antes de que te lo encuentres. Pues de verdad que a mí no me asusta, al contrario, tengo cierta curiosidad de ver qué relación tendremos entonces, con qué dificultades y alegrías nos encontraremos por el camino. Tengo la certeza de que la adolescencia tiene que ser una etapa apasionante, como ha sido (para mí), cada una de las vividas hasta ahora. Ver como tu niño o niña mayor pasa a adolescente debe ser fascinante. Que también puede ser difícil y a ratos un palo? Seguramente, pero que no son difíciles y a ratos un palo otras etapas como cuando se enfadan y no saben ni por qué, o cuando tienen una paciencia nula y lo quieren todo aquí y ahora?

Nada, que a mí me va el optimismo y pensar que cada etapa que vivimos es la mejor que podríamos vivir. Porque en el fondo creo que es así. Y porque si vives presente, vives tan intensamente, que cada etapa es un gozo indescriptible. Si no piensas ni en lo que ya no está, ni en lo que vendrá, si dejas tranquilos al pasado y al futuro, te queda lo que de verdad tienes: el presente. Y vivirlo en toda su magnitud no te hace echar de menos nada, ni lo que ya no volverás a tener nunca más, ni lo que tal vez un día, ocurrirá.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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