Los niños caen

Esta frase, «los niños se caen» es una frase que no dice nada nuevo cuando no tienes hijos, es simplemente una evidencia que puede parecer absurda cuando la comenta alguien que sí los tiene.

Pero es que cuando eres madre (y hablo por mí), hay un día que te queda grabado en la memoria, o mejor dicho, un momento que te queda grabado para siempre y es aquel en el que tu hij@ se mete su primer batacazo de la vida. Aquella caída que no puedes evitar, y en la que te das cuenta que sí, que los niños se caen y que a ti, cuando se cae tu hijo, te duele la rodilla, el brazo o el culo como si la que hubiera aterrizado en el suelo fueras tú… pero sobre todo, te duele el alma.

Diría que era un miércoles. La hora la sé exacta; 16:30 de la tarde. Laia tenía ocho meses y medio y hacía siesta en la cama que desde que nació compartimos los tres. A su lado había una barandilla infranqueable y el resto de espacio que quedaba, para que no pudiera caerse si empezaba a rodar como una croqueta, poníamos no sé cuántos cojines apilados uno encima del otro de tal manera que ella quedaba como dentro de una trinchera. La idea era buena, creo.

Yo estaba en el sofá, relajada y leyendo. Él acababa de salir por la puerta de casa. Al cabo de nada oigo: «¡patapam!» Y acto seguido llantos. ¡Casi me da un infarto! Fui corriendo y vi a Laia encima del parquet. Se había caído de la cama. Se había despertado, no había hecho nada de ruido (porque poníamos ese aparato ultra-sensible y ultra todo para oirla) y había ido superando todos los obstáculos que yo le había puesto precisamente para que NO se cayera de la cama.

Ella fue más valiente, más tenaz y más constante y finalmente logró llegar a la punta. Una vez allí, no sabía que, de repente, si la cama se acababa ella iría al suelo. Y eso es lo que hizo, fue directo a golpear con el suelo.

La cogí en brazos y el corazón me iba a mil por hora. Cogí el teléfono y llamé, diciendo: «¡Ven! Acaba de caerse de la cama». En un momento ya estaba en casa porque no había ni tenido tiempo de arrancar el coche. La miramos de arriba abajo, repasamos todo su cuerpo, le miramos la cabeza… Aún estábamos en todo este proceso cuando ella dejó de llorar y nos miraba con cara de «¿qué hacéis?». Yo… lo confieso… lloraba. Con lágrimas que me resbalaban por la mejilla pero medio en silencio.

Me sentía culpable por no haber protegido la cama mejor, por no haber hecho una barrera mucho más alta y fuerte. Tenía miedo de que se hubiera hecho daño, tenía miedo de algún golpe en la cabeza que yo no atinaba a ver… Y no podía parar de abrazarla. Le di el pecho y nos fuimos calmando. Los tres. O mejor dicho, nosotros dos.

A los cinco minutos ella volvía a gatear feliz, contenta y riendo como si nada hubiera pasado. Respiramos aliviados pero ese rato me quedó grabado para siempre. Aquel rato en que me di cuenta de que sí, que los niños se caen. Los niños y mi hija… también.

Después de aquel día, durante todos los meses siguientes la vi caerse un montón de veces, cuando aprendía a ponerse de pie, cuando aprendió a caminar, cuando estaba en el parque subiendo a algún sitio gritando «¡ECALO!«, O cuando corría y corría por una bajada gritando «rápido». No sé por qué, pero antes siempre se caía de morros.

Se ha abierto el labio varias veces con todo el follón de sangre que ello conlleva. No es que me haya curtido pero sí que me he relajado. Los niños se caen, me repito a menudo. Y lo que es más importante, llega un día que aprenden a caerse y también aprenden a levantarse.

Y cada vez que veo que se levanta yo también lo hago con ella y me vuelvo un poco más fuerte. Y me recuerdo que ella es mi hija, sí, pero también es otra persona; que vivirá lo que le toque vivir, que se caerá las veces que tenga que caerse en esta vida, que aprenderá lo que tenga que aprender y que en muchas ocasiones, tendré poco que decir o hacer. La acompaño, sabiendo que no le puedo evitar todo… sabiendo que no le tengo que evitar todo. Sabiendo que sólo soy su madre.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

24 comentarios

  1. Yo también recuerdo perfectamente la 1era vez que Sara se cayó… tal fue el susto que llore un montón y salí corriendo para urgencias donde me dejaron en observación como por 3 horas. Le mando este post a mi marido para que lo lea. La verdad yo me he ido relajando con el tema igual que tu, pero el aún no logra superarlo. Cada vez que la ve caerse es como si fuera la 1era vez (para é) y sufre montones, no te imaginas cuanto. Me quedo con el último párrafo. Que razón tienes, solo somos sus madres, y no les podemos evitar tropezar y caer, no les podemos evitar todo… un abrazo!!

    1. Hay muchas madres y padres que sufren tanto como tu marido y a veces hay el peligro de sobreproteger, de no dejarles explorar, moverse libremente… por si a caso se caen. La línea es difícil y a veces tenemos que luchar con nuestro miedo. Imaginémonos a nosotr@ mismos con una madre o un padre que todo el día nos dice «vigila, vigila, no subas, no corras, no… que puedes caerte»… Nos agobiaríamos. En fin… cada uno va encontrando la manera, y no no es fácil ver que se caen y que se hacen daño pero… no podremos evitarles todo. Más vale que lo aceptemos 😉
      Besos a los 3!

  2. Los niños (el primer niño) parecen tan frágiles… Pero como alguien decía, están diseñados para resistir a los padres primerizos.

    Te vas relajando cuando ves que no pasa nada, pero en los primeros golpes yo no dejaba de preocuparme por si el golpe había sido fuerte, por si podría tener secuelas 🙂 El disgusto me duraba unos días.

    Y no es lo mismo que se caiga, como en tu caso, que se TE caiga. La primera vez que se ME cayó todavía no andaba bien. Él estaba de pie, apoyado en mis piernas, que en un descuido abrí más de la cuenta. Se fue hacia atrás y ¡anda que se quedan sentados! Que siempre da el melón en el suelo.

    Ahora al escribirlo me doy cuenta de que todavía me siento un poco mal por aquel accidente 🙂

    1. Sé de lo que hablas…! Siempre hay algún accidente casero por nuestra «culpa» pero es que es tan difícil que no pase nunca nada, que no se caigan, que no nos despistemos, que siempre se agarren bien, que no den con la mesita, o con aquel armario gigante, que no resbalen cuando van descalzos, que no… Yo creo que es imposible la mayoría de las veces, sobretodo si dejamos que se muevan sin tenerlos cerraditos en un parque o similar. Y sí, por suerte, como dices, están preparados para «resistir» a los padres primerizos, por suerte 😉
      Gracias por comentar y bienvenido al blog!

  3. El perro de un amigo tiró a mi pequeña de dos meses cuando estaba en la hamaquita… fui corriendo al hospital, uno de los peores ratos de mi vida.
    Cuando empezó a andar-o más bien correr- se cayó, se cayó y se volvió a caer, como bien dices, no te curte pero acabas asumiendo que es parte de ser niño!

  4. aaaaai…
    veus? jo no recordo la primera caiguda… potser és un bon senyal pq no devia ser res massa aparatós. Però la imatge que tinc gravada és a la recepció d’un hospital, veure un pare entrant amb un nen en braços. El cap embolicat amb una tovallola plena de sang. «mi niño se ha abierto la cabeza», cridava una i altra vegada.
    Només recordo dir-li al meu home: «Si us plau, no vull haver d’entrar mai així a l’hospital». La cara de desesperació i por del pare ho deia tot.
    Buff, mira, només de pensar-hi em venen ganes de plorar…

    Núria

    1. Uf… pobre home i pobre nen! Jo parlava de caigudes més «light» per sort… No em puc imaginar la mala estona que deurien passar aquella família… I sí, si no recordes la «primera» patacada és que deuria ser fluixeta, sinó segur que no l’oblidaves! Petons.

  5. Jo recordo perfectament la primera caiguda dels meus dos fills, en recordo d’altres també memorables però la primera la tinc gravadeta…
    L’Oriol va caure quan tot just aprenia a caminar, va relliscar i el seu cap va anar a petar contra la taula de centre del menjador….ufff, va tenir sort i no es va fer res però…
    La Laia va caure del llit quan tenia 8 o 9 mesos, el llit te una alçacada considerable ja que a sota hi te uns calaixos i un niu o sigui que ja us ho podeu imaginar….aquella vegada si que vam anar corrents a St. Joan de Déu ja que no sabiem si havia picat primer amb el cap… al final res important però quin patiment!!!!

    Com be dius Míriam, a mida que passen els anys, no es que et curteixis però si que vas acceptant que caure forma part de ser nen tot i que a vegades el cor et faci un tomb quan els veus caure sense poder agafar-los…

    1. Sí, Anna, tens raó. Aquell tomb que et dóna el cor, aquell instant que et quedes sense alè! Una vegada va caure al parc d’una manera que vaig pensar «s’ha fet mal de debò», la vaig agafar i no va ni plorar. Es va espolsar la sorra i va continuar com si no hagués passat res. Gairebé m’han de reanimar! En fi… ensurts de mare.
      Petons.

  6. Ay, qué bonito! Yo también recuerdo la primera caída de mi niña y aunque no lo pasé tan mal, sí que acongoja bastante. Es bonito pensar que son personas y que ya están viviendo su vida, tan pequeña y vulnerable aun, pero su vida, al fin y al cabo, solo podemos esperar que esa pequeña y vulnerable vida se vuelva grande y fuerte y ésto, mucho me temo, se deberá a los cocorotazos ;P.
    Un beso

    1. Pues sí, en parte es verdad… Porque desde el día que cayó de la cama, empezó a vigilar mucho más cuando llegaba a la punta. Le enseñamos a bajarse de espaldas… De las caídas, también se aprende. Ellos y nosotros, sin duda.
      Un abrazo y bienvenida!

  7. Yo también recuerdo perfectamente esa 1ª caída y por desgracia fue por nuestra culpa, cosa que siempre cuesta más de olvidar…
    Ella estaba en su tronita a la hora de la cena, la estaba preparando y en eso que la dejo sentada allí y le digo al padre que la ate que se me quema la cena y voy a la cocina, el padre llega y veo que esta con ella y sigo a lo mio mientras hablábamos de X tema, en eso que el se va de nuevo y oigo «catapum!» y gritos y lloros… la peque se había «escurrido» de la trona y se había caído junto a la bandeja al suelo… el padre no me había oído, solo se había acercado para saludarla y yo me había confiado… la pobre al caer se había dado con la bandeja en la cara y tenía como un arañazo rojo grande, estaba de los nervios, en un principio nos echábamos la culpa el uno al otro, pero al nada nos dimos cuenta que no valía para nada, que solo lograríamos asustar más a la peque, que era momento de consolarla y calmarnos, no de buscar culpables.
    Lo que nos supo más mal fue que era su primera caída, ni de la cama, ni gateando, ni andando, si no por negligencia nuestra 🙁
    Desde entonces voy con más cuidado, no puedo evitar que se caiga corriendo, cosa que hace y se levanta como si nada y a seguir jugando, es una niña muy «fuerte», no se asusta si se cae o si se da un golpe, viene llorando me dice que tiene «pupa», le doy un besito o le ofrezco teta si es «grave» y al nada de vuelta a su mundo. Pero intento no ser yo la que le exponga a cosas que no esta preparada para ellas.

    1. Alexia, qué mal rato tuvisteis que pasar. Es cierto que cuando vemos que cae, nos ponemos nerviosos y a veces nos echamos la culpa “pero que no lo has visto?”, “por qué no la has agarrado?” y a veces és absolutamente imposible prever qué movimiento va a hacer tu hij@. Y además, entrar en esta discusión no sirve absolutamente para nada. Y menos cuando el niñ@ se ha asustado y necesita consuelo. Pero como he dicho anteriormente, de las caídas también se aprende; los padres sin duda, pero también ellos. Si no cayéramos nunca, no sabríamos cómo levantarnos y supongo que seríamos menos fuertes. Besos guapa, y que se vaya la culpa! 😉

  8. Comparteixo plenament el que dius de que els hem d’acompanyar, però una mica en la distància, la distància que els permetrà anar fent-se més les persones que han de ser, amb les seves experiències, bones i dolentes. Però és difícil deixar’ls-ho fer, oi?
    El Martí es va obrir el cap amb 10 mesos: començava a caminar, i en un parc on patinàven, va anar a caure de cap en un canto ben esmolat d’un esglaó. Em vaig voler morir. Quanta sang. Encara quan hi penso em voldria … no sé… encara ho pateixo, i me’n sento tan culpable. No vaig saber reaccionar més ràpid i parar-lo, perquè ja m’estava costant deixar-lo anar sol perque practiqués el caminar… total, 8 punts, un trau d’1cm de profunditat, i el susto de la meva vida: una cicatriu, tan per ell com per mi, de per vida. Això sí, segueixo pensant que els hem de deixar fer (dintre d’uns límits prudents).

    1. Uau, Déu ni do, quina santa patacada! I quin ensurt més bèstia… Sí, et dono la raó; és molt difícil acompanyar trobant el punt just de deixar-los fer i experimentar, i intervenir quan fa falta. És normal, no som perfectes! I no naixem ensenyats, tampoc. L’experiència és un grau, també amb això, però per més experiència que acumulem, per més fills que tinguem… els nens cauen. I cauran sempre. Per aprendre a aixecar-se per fer l’exercici prova-error, prova-error… És així, i també hem d’aprendre a quedar-nos tranquils amb això, perquè NO HO PODEM CONTROLAR TOT! 😉 A vegades ens agradaria, però no podem!
      Petons

      1. Cert. Frase clau: NO HO PODEM CONTROLAR TOT. És una frase perfecta, que sovint haig de recordar. Tenir-la present ajuda a aprendre a no patir tant, oi?

  9. qué bueno este post… parece que todo lo que cuentas a mí también me pasa, jejeje… el domingo Teo se cayó de la cama por primera vez… casi me da algo, no lloré pero casi, llamé corriendo a mi marido e hicimos hasta una «reconstrucción» de los hechos… yo también pongo una barrera de cojines, pero ellos son demasiado listos y simepre encuentran un huequito por el que escapar.

    1. Sí, Tali, definitivamente hay una edad en que lo de los cojines no funciona 😉 Me ha gustado mucho lo de la «reconstrucción de los hechos» Jajajaja!
      Besos.

  10. El primer golpe de mi pitufa fue bastante leve, y es que parecía saber caer al suelo. Ahora que casi corre y se sube por donde puede los golpes son mayores y es desgarrador oirla llorar de esa manera, pero aunque ademos detrás de ellos no podemos tenerles atados.
    Un abrazo

    1. Sí, es cierto. Es imposible y no sería bueno no dejarles correr y vivir! Pero cuando oyes ¡PAM! y luego «BUAHHHHH» te da un no sé qué, ¿verdad?
      Un abrazo.

  11. Que buen post. En efecto, «la primera vez» de muchas cosas de nuestros hijos nos duele como si fueramos nosotros los que pasaramos por ello. Por suerte, hasta ahora, mi gordo nunca se ha caído de la cama, pero recuerdo perfecto hace tres meses, cuando me habló mi madre casi llorando que mi hermana le había avisado que uno de sus bebés (tiene cuates casi de la misma edad que mi hijo, 8 meses, en ese entonces 4) se había caído de la cama. Mi angustia fue tanta, que intenté salir corriendo de la oficina, pero no me dejaron. Por fortuna, mi padre es médico neurocirujano, qué mejor que fuera él quien la revisara. Tras la llamada de mi hermana, llegó rapidísimo a su casa a checarla y la niña estaba perfecta, claro, con su tremendo chipote en la frente, pero no pasó de ahí.

    Algo que aprendí con mi hermana peque es que cuando se caen no debemos «mostrar preocupación» o ir rápido a decirles «mi amor, estás bien? (con voz de angustia)» porque es cuando ellos se asustan, lo mejor (y que a mí me ha funcionado cuando mi gordo ha caído) es actuar lo más natural y decirle, arriba!! o upa!! y ya.. ni llora ni pasa nada y sigue jugando como siempre!!

    Como dices, caídas siempre tendrán, no podemos evitarlas, y lo que podemos hacer es estar a su lado para ofrecerles un abrazo, un consuelo o lo que necesiten en el momento.. algo similar escribí en una carta que publiqué hace poco.. te la comparto.. ojalá puedas darte una vuelta ( https://www.laescribidorablog.com/2012/01/carta-no-2.html )

    1. Qué duro que te llamen y te digan lo que ha pasado estando tú en el trabajo y no poder hacer nada! No puedo imaginarlo… Celebro que no fuera nada. Ahora mismo leo tu carta. Un beso.

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