playa

Un día fantástico en la playa

A mi hija no le gusta la playa, al menos, no le gustaba el verano pasado. Su padre y yo, con la ilusión de hacer una cosa nueva por «PRIMERA VEZ«, pusimos un montón de trastos en el maletero del coche, para poder pasar un día «fantástico» rodeados del aire de mar, de la arena, del calorcito del verano… A mi compañero y a mí, la playa no nos gusta mucho, Pero pensábamos que ahora, con una hija, eso podía cambiar un poco y podíamos empezar a disfrutar los tres de una jornada radiante en el mar.

Ir hasta la playa ya nos supone una hora y media de coche y, en este caso, calor. El camino hasta Tossa de Mar (La Selva, Girona) tuvo dos paradas para dar el pecho, o sea que la hora y media se convirtió en dos horas y pico. Encontrar aparcamiento no fue fácil y tuvimos que dejar el coche lejos, muy lejos. Hacía un calor bestial y yo ya sufría. Que si «pongámosle la gorra», que si «está sudando, pobrecita», que si «ay, la crema, corre, pónsela ya por todas partes!», Que si «¡tapémosle las piernas con un pañuelo que se le van a quemar «.

¡Imposible relajarme con ese calor! Su padre tampoco; si ya no le gusta ir a la playa, sólo faltaba ir con diez mil trastos. Llevábamos, claro, un parasol (artilugio desconocido hasta entonces), una bolsa llena de comida y agua, las toallas, una piscinita minúscula para remojarla bajo el parasol, la pala, el cubo, juguetes, ropa para cambiarla, pañales,…

Llegamos a la playa. No éramos los únicos que ese día habíamos decidido ir (oh, sorpresa) y casi no encontrábamos ni espacio para dejar las cuarenta bolsas que llevábamos para pasar una mañana en la «idílica» playa, y mucho menos, para poner las toallas. Yo aún no había pisado la arena y ya tenía ganas de irme; sudaba, hacía un calor terrible (ya lo he dicho, ¿verdad?), No me había puesto crema y blanca como soy, ya notaba que me quemaba la piel. Y lo peor; algo me decía que aquella experiencia no sería tan fantástica como nos habíamos imaginado. Pero todavía no habíamos visto nada.

Una vez nos instalamos, mi hija que ya gateaba y hacía kilómetros arriba y abajo, comenzó a gatear por encima de todas las toallas que había a la redonda, dejándolo todo lleno de arena. Yo no daba abasto. Por suerte, a la gente le hacíamos gracia (o pena) y nos sonreían. Laia, acto seguido, descubrió que lo que había en el suelo era algo muy fino, muy interesante para ponérselo en la boca, y comenzó a tomar su comida particular de arena de playa. Exquisito, según ella. Decidimos dejar la arena e ir al agua.

Cuando la tocó nos miró como diciéndonos «¿pero que estáis locos? ¿Que no veis lo fría que está?» Y empezó a llorar desesperadamente hasta que la sacamos del agua. Horroroso. Entonces su padre recordó que entre los mil trastos había una piscina minúscula justamente por si pasaba esto. La trajo a la orilla del agua. Laia se metió dentro y no salió. No quería ni que le pasáramos agua por encima. Quería estar dentro de la piscina SECA. Y punto. Nada de agua y nada de hacer castillos de arena. Junto a nosotros, cientos de personas bañándose, salpicándonos, gritando,… Ni rastro de la paz y tranquilidad que yo había imaginado la noche antes, cuando preparaba las cosas emocionada porque al día siguiente nos íbamos a la playa.

Al cabo de nada recogíamos las mil bolsas y abandonábamos aquel lugar con ganas de llegar a casa y, finalmente, poder relajarnos. Nuestra hija respiró tranquila al ver que dejábamos atrás la gente, la arena, el sol, el calor y el agua fría.

Pero no soy la única que tiene imaginaciones fantásticas y un día mi madre y mi abuela me dijeron que querían que fuéramos un día las cuatro generaciones a la playa. Las advertí de que no era tan increíble como podía parecer en un principio, pero ilusionadas como estaban, creyeron que exageraba. Llegamos a la playa a las 12h y queríamos pasar allí buena parte del día (llevábamos parasol, comida, agua, etc… como siempre). Sólo os diré que a las 15h la niña dormía en el coche. Mi madre y mi abuela respiraban después de horas de estrés y yo conducía buscando desesperadamente los carteles que anunciaban: «MANRESA». Ni idea de lo que va a pasar este año pero a juzgar por el verano pasado, casi que nos vamos a la montaña…

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

9 comentarios

  1. Jejejejeje… he rigut molt!
    Doncs a casa és tot al contràri. Al Cauâ li encanta anar a la platja, jugar amb la sorra, fer castells, si per ell fós es banyaría tot sol… però també és cert que al seu pare i a mi també ens agrada molt. De fet el seu pare sempre ha tingut la platja a quatre passes de casa i a més en una ciutat on tot l’any i fa bon temps. Segurament deu ser cosa «hereditària». Per a nosaltres és una llàstima no tindre la platja més a prop.

  2. Jo també he rigut molt!! Us imaginava a tots tres estressats, molt bo. La teva experiència a la platja em recorda molt la nostra a la neu, l’Ivet només sortir del cotxe va començar a plorar i no va parar fins que vam ser lluny lluny, encara ara quan veu alguna imatge on surti neu ens diu «no gusta», i això que nosaltres som esquiadors!! Ara, la platja li encanta!!
    Míriam, molt millor per deixar els comentaris, a mi el twitter no em va gens bé.

  3. Pobrets tots!!! jajajaja!!! Igual si mireu d’anar-hi al juny, o al maig, quan el «mogollon» encara no ha aterrat… Ara, també et dic: voleu dir que això del «ser de secà» no s’hereta???

  4. Boníssim!!!!!! He rigut molt imaginant-vos a tots tres estressants i acalorats entre la multitud de la platja….I és que és un estrés!!!!!! Nosaltres hi vam anar un dia al Juliol tots quatre, a mi no m’ha agradat mai gaire, i això que vaig viure quatre anys a Canàries!!! i al meu marit encara li agrada menys… però als meus fills els encanta arrebossar-se per la sorra i fer castells….no se pas a qui han sortit. En fi, que la nostra experiència tampoc va ser gaire divertida….una mica semblant a la teva però els nens s’ho van passar molt be….ara jo vaig acabar de la sorra fins al «monyo» em sembla que en vaig tenir prou per tot l’estiu. On hi hagi una bona piscina…..

  5. jajajaja, tan real como la vida misma!! Me encanta leerte, porque cuentas las cosas como son, sin colorantes ni edulcorantes. Porque conozco a alguna mamá, que parece que es que sus hijos, de lo buenos que son, ni siquieran manchan los pañales. Lo pintan todo tan idílico, que yo no me lo creo, la verdad.
    A nosotros eso nos ha pasado muchas veces: con la playa, alguna excursión, ir a un parque bonito y lejano, el zoo… vas emocionada, pensando que va a ser un día idílico, en el que todo va a salir según tus expectativas. Y luego nada que ver con la realidad. Cambiar pañales por cualquier rincón porque no hay cambiadores, el niño llorando porque quiere andar a su bola y a su ritmo, la comida fuera con bullicio no se la toman, no duermen bien porque echan de menos su cuna… una experiencia!! jajajaja

    1. Síiiii! Y cuantas más expectativas tengas, peor! Y al revés. A veces sales pensando «bueno, a ver qué hacemos» y resulta que es un día 10. El tema playa ahora ha mejorado un poco porque ya les gusta a las 2 pero bueno, todavía tenemos momentos «¿Pero esto qué es?» jajaja… Un abrazo

  6. Ostres, mil fràcies pel post, m’he sentit tan identificada. Has aconseguit que riguem del que suposa anar a la platja, un drama digne d’òpera nadoniana, sense oblidar compartir el dia amb avis/sogres, que jutgen i opinen a cada segon de perquè i com cal obligar al xic a banyar-se…

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