Adultos celosos

Adultos celosos

13.2.2013

Eva llegó a casa muy enfadada. Se le notaba en los gestos y en la cara, y sobre todo, en que dijo un «¡hola!», muy distinto de los que dice ella. Cuando llega a casa de trabajar y grita «¡hola!» desde la puerta, se le nota en la voz que es feliz, que está contenta. Se le nota, en sólo una palabra, que tenía ganas de salir del trabajo y venir corriendo a casa, a ver a su hija y su marido. Ellos dos se ven poco rato porque Carlos tiene que irse corriendo porque a las 16h empieza su turno, o sea que sólo tienen media hora para verse y relevarse explicándose qué ha hecho Julia, como ha estado, qué ha comido… lo típico que hacen tantos padres justo antes de apretar a correr para no llegar tarde a trabajar.

Él se acercó para darle un beso y vio que ella estaba en otro lugar:

– ¿Qué te pasa? –  Le dijo.

– He hablado con mi madre. Pol le ha pedido a ver si se puede quedar cada día con Bru ahora que Mar comienza a trabajar.

– ¿Y?

– ¡Cada día! ¿Tú te acuerdas cuando Julia tenía la edad de Pol? Decidimos que cogeríamos una canguro para no cargar mis padres de responsabilidad. Éramos nosotros que habíamos querido tener una hija y no mis padres. Son mayores y ya no están para cuidar a un bebé cada día de la semana! Y ahora va él y ¡pasa de todo! Me pregunto si ha pensado en mamá antes de tomar esta decisión…

– Hombre… tu madre debe estar encantada de cuidar a Bru, ¿no? ¿O no quiere?

– ¡Claro que quiere! ¡De eso me quejo! Que no ve que se cansará mucho, que tiene que hacer su vida y como mucho, hacer como con Julia y cuidarla una tarde a la semana… Más es demasiado, ¡y se ve que en esta familia sólo lo veo yo!

– ¿Y qué le has dicho a tu madre?

– Nada… Me parece que ya lo ha visto que no me parecía bien… Ya sabes que eso de disimular no sé hacerlo…

– Hombre, piensa que tu hermano ahora no tiene un duro y una canguro significa dinero…

– ¡Pues que lo lleven a una guardería! ¿Por qué tiene que pringar mi madre? Así yo también tendría más hijos… Teniendo los abuelos hipotecados toda la santa semana…! Y claro, dentro de unos días, ya lo veo venir «que si quédatelo que nos vamos al cine, que si quédatelo a dormir que salimos…»

– No lo sabes eso…

– Ya lo verás. Tiempo al tiempo… ¡Y me da una rabia…!

Él hizo ver que no había oído esta última frase. Tenía que ducharse y salir hacia el trabajo y ahora no tenía tiempo de indagar por qué demonios su mujer estaba tan indignada… «Ya hablaremos a la noche, a ver si está mejor», pensó él mientras se iba hacia el baño…

– ¿Julia duerme?

– Sí… desde hace media hora.

«Mejor», pensó ella. No quería que la viera con ese rebote. Se fue a la cocina y se calentó la comida. Se sentó a la mesa sola con una rabia interna que hizo que cuando miró el plato para hacer la primera cucharada, tuviera que volver a dejarla otra vez. No podía. No podía comer. Hervía por dentro y no precisamente de hambre.

Se fue al sofá. «¿Pero qué demonios me pasa?» se preguntó, aunque en el fondo ya sabía la respuesta… Estaba celosa, profundamente celosa de su hermano.

Un sentimiento conocido, que arrastraba desde la primera infancia. Y ahora, de repente, cuando se pensaba que ya no tenía celos y que de alguna manera, con la maternidad, había superado estas cosas, ¡pam! otra vez unos celos enormes que la hacían retorcer por dentro. Quiere a su hermano. Lo quiere mucho. Pero a la vez… le da rabia cuando ve que su madre se desvive por él. Carlos le dice que su madre también se desvive por ella pero eso, Eva no lo ve. Sólo ve que desde pequeños, su madre ha tenido debilidad por el niño de la casa, o mejor dicho, lo siente así. Por un lado entiende lo que pasa, y que su hermano le lleve el nieto para que lo cuide mientras ellos trabajan: esto lo hace muchísima gente. Pero no lo soporta porque cuando ella estaba en la misma situación pensó en su madre y decidió que no quería cansarla, estresarla y cargarla de responsabilidad. Y ahora él lo hacía sin más.

Ahora la abuela cuidaría de Bru cada día de la semana y en cambio a Julia sólo el viernes por la tarde. Aparte… ¿como lo haría ese día con los dos niños?

Aún con un montón de rabia dentro, de pronto lo vio todo claro: tenía miedo. Miedo de que su madre quisiera más a su hermano que a ella, pero sobre todo, miedo de que su madre quisiera más a Bru que a su hija. Sin querer, se dio cuenta de que había entrado en competición con su hermano por el amor de la madre… de nuevo. Cerró los ojos y se dijo «no… basta ya…»

Una sola lágrima bajó por la mejilla mientras, un poco más allá, oyó que el ruido de agua de la ducha se detenía. Se quedó quieta con los ojos cerrados todavía un rato más, repitiéndose, como un mantra «basta… basta… basta… «. Estaba cansada de sentir celos, estaba cansada de batallar por amor. Estaba cansada de sentirse pequeña siendo adulta como era.

Oyó que él volvía hacia la sala, con olor a limpio, acicalado y con el cabello todavía mojado. Pensó «que guapo»… siempre lo encontraba extremadamente guapo cuando acababa de ducharse.

– ¿Estás bien? ¿No comes?

– No tengo hambre…

– ¿Qué te pasa?

– Nada… no sufras… ¡Sólo son celos!

– Ya… Ya me lo ha parecido…

Se sentó junto a ella y le pasó un brazo por encima del hombro. «Ven aquí», le dijo, y la apretó contra su cuerpo.

– Ya sé que esto que te diré quizás no te ayudará nada, pero que sepas que tú… ¡eres mucho más guapa que tu hermano! – Y le dio un beso.

Ella sonrió pero él no vio nada, y se dejó querer. Sabía que algún día tendría que abordar ese tema, no quería sentirse así toda la vida… tendría que hacer algo con los celos. Pero ahora… ahora tenía que comer y estar bien porque dentro de nada Julia se despertaría ávida de mamá y se merecía encontrarla alegre.

Un beso, un abrazo, y él se fue a trabajar. Ella miró el plato de raviolis en la mesa de la cocina. Fue hasta allí y los tocó con el dedo: ya estaban fríos. Cogió el plato con desgana y lo volvió a poner en el microondas. Cuando sonó el ruidito los sacó, se sentó a la mesa por segunda vez delante del plato y cogió el tenedor. Respiró hondo y antes de empezar a comer decidió que a la mañana siguiente buscaría el teléfono de aquel terapeuta que le recomendaron. No quería volver a sentir lo de aquel mediodía nunca más y sabía que en gran medida, sólo dependía de ella.

 

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Míriam Tirado

Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

4 comentarios

    1. Hola, Mo!
      Totalment d’acord. No, no és gens fàcil i la majoria actua inconscientment sense adonar-se on és l’arrel de tot plegat. A vegades es necessita un terapeuta que posi distància on tu no n’hi pots posar… Però a vegades, qui sap… llegint un conte pots adonar-te que allò que llegeixes també et passa a tu, i t’adones de coses que mai t’havies adonat… Amb aquesta intenció els escric 🙂
      Una abraçada

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