23.9.2011
Hace unos días que nuestra hija va a dormir temprano. Increíble pero cierto. Como ir al cine es algo que nos encantaba y que ha quedado relegado al «cosas que volveremos a hacer algún día», cada vez somos más fans de alquilar DVDs y hacer sesiones de noche. Pues bien, ayer mi fantástico compañero, que sabe perfectamente qué me gusta, trajo «AMOR Y OTRAS COSAS IMPOSIBLES» protagonizada por Natalie Portman que, por cierto, últimanente, parece que es la protagonista de todas las películas de la cartelera.
No os descubro nada si os digo que el argumento va sobre la muerte de un bebé de 3 días y el proceso de duelo por el que pasan el padre y la madre. Es un drama sí, pero un drama real y bien hecho. Si no os gusta plantearos ciertas cosas o ver realidades duras como ésta, no la veáis, porque no os gustará. A mí me encantó. Porque de estos temas, normalmente, no se habla, y mucho menos, en películas. Se habla sí de la muerte de hijos, pero no de la muerte de hijos que sólo han sobrevivido 3 días. No se habla de la muerte súbita, ni como una madre, con las hormonas desbocadas, afronta una pérdida tan dolorosa como ésta.
Pero lo que quería decir hoy es que ayer fui consciente de hasta qué punto ha cambiado mi forma de ser y sentir desde que tenemos a Laia. Si hubiera visto esta película hace 4 años hubiera llorado, claro que sí, pero no como ayer. Ayer no podía parar. Me entró una pena feroz, terrible, que no me permitía parar de llorar. Era como si el dolor de la protagonista me llevase bien lejos para sentir y palpar el dolor de tantas y tantas madres en todo el mundo a quien su hijo ha sobrevivido mucho menos de lo que ellas esperaban. Como si esa pena se me pegara para darme cuenta de que todas sentiríamos lo mismo, sufriríamos el mismo, nos enfadaríamos de la misma manera con el mundo que nos ha robado, demasiado pronto, aquella criatura.
Cuando tienes un hijo, todo cambia. Pero lo más sorprendente no es que durante un tiempo no puedas hacer ciertas cosas, eso lo sabe todo el mundo. Lo más bestia e impresionante es cómo cambia la manera de sentir la alegría propia y la de los demás, y sobre todo, el dolor ajeno y el propio. Como si los colores blanco, negro, amarillo, rojo, azul y verde, hubieran pasado al ocre, el violeta, el rosado pálido, el turquesa… Como si todo tuviera un sinfín de matices que antes ni siquiera eras capaz de ver. Y ya nunca más nada vuelve a ser igual. Porque cuando alguien me dice «estoy embarazada» siento una alegría inmensa al pensar que aquella mujer podrá sentir todo lo que yo he sentido, y otras cosas que ni siquiera sé todavía. Porque cuando alguien me dice: «me hace sufrir mi hijo de 17 años», sufro yo también con él o con ella, porque entiendo el dolor que les provoca pensar que le pueda pasar algo. Porque sé que desde hace dos años y para siempre, para siempre, antes que yo habrá siempre Laia, a quien priorizaré por encima de todo. Y no es que tenga la autoestima baja, al contrario, creo que está en un nivel aceptable. Quizá incluso es por una cuestión egoísta, porque el mero hecho de que ella esté bien, automáticamente me hace estar bien a mí.
Todo cambia porque aunque tengamos 70 años y estemos de vacaciones (ojalá estemos vivos y sanos para hacerlas todavía) en algún lugar con la autocaravana que os aseguro que algún día tendremos ;), si ella nos llama y nos da una mala noticia, haremos los kilómetros que haga falta inmediatamente para volver con ella y ayudarla, y abrazarla, y curarle el alma, si hace falta, para que vuelva a ser feliz. Tengo muchos objetivos en la vida, pero el más importante desde hace dos años sólo es uno: que los hijos que yo tenga sean libres y felices.
«Amor y Otras cosas imposibles», altamente recomendable, incluso, a pesar de las lágrimas derramadas.
5 respuestas
Si que es cert que res torna a ser igual després de tenir un fill. Des de fa dos anys que vaig tenir a l’Enzo, els sentiments i/o emocions están a flor de pell mes que mai, veure una pel.lícula on hi hagin emocions amb nens, m’afecta d’una manera sorprenent que abans no em passaba. En fi, supuso que ara això serà de per vida.
Sí, Olga, suposo que això ja ens passarà sempre més… Perquè en el fons, el que ens passa, és que només imaginar per un instant que allò els pogués passar als nostres fills, ens entra una espècie de pena horrorosa que no ens deixa parar de plorar! O almenys, això és el que em va passar a mi l’altre dia… Felicitats pels 2 anys de l’Enzo! Que en pogueu celebrar moltíssims més!
A mí me pasa exactamente lo mismo. Antes de ser madre ya era una de esas personas que se emocionan con facilidad pero ahora es que no soporto ver ninguna peli en la que a bebés o niños les pase algo, porque es que sufro de veras. No creo ni que pudiera ver la peli.
Mousikh… seguramente te la pasarías todo el rato llorando, como hice yo! Es duro, y me fui a la cama con la pena incorporada dentro, pero también me gustó ver otras realidades, pensar «¿qué hubiera hecho yo?», comentarlo con mi compañero, compartir lo que provoca la maternidad/paternidad… Pero ya te digo yo que un drama así no lo puedo ver cada semana, que me deshidrato de tanta lágrima! Un beso, guapa.
Muchas gracias por la recomendación, la tengo apuntada y la veré cuando volvamos del viaje… Una pelicula que me llega muy hondo cada vez que la veo es «El hijo de la novia» uuuffff me genera un sentimiento… Y el otro día estuvimos viendo «Todo lo que tú quieras» de Juan Diego Botto, os la recomiendo tambien… Un besito