Deporte

Deporte

13.08.2010

«Deporte» es una palabra que durante mucho tiempo ha desaparecido de mi léxico habitual. Ha desaparecido la palabra y su significado porque durante muuuuchos meses, mi léxico ha cambiado por palabras como «sueño», «cansada», «pañales», «crianza», «poco tiempo», «hija»,… y otras de este estilo. Supongo que no debo ser la única madre que pasa de hacer bastante deporte a hacer cero en cuestión de días! Cuando supe que estaba embarazada, además de inmensamente feliz, me sentí muy cansada y todo el día tenía sueño. Un sueño dulce que me encantaba que me encontrase en el sofá, o en la cama, o en el coche (¡si no era yo quien condujera!) y que saboreaba tanto! La ilusión, el trabajo, el cansancio y mil cosas más hicieron que el deporte quedara en un segundo plano. Yo, que ya sabía que esto pasaría (tampoco se tiene que ser ningún Einstein), el verano anterior a quedarme embarazada hicimos unas vacaciones deportivas al 100 por ciento.

Fuimos a Dolomitas, en Italia, e hicimos alpinismo y escalada cada día. Sin excepción. Mi compañero de vez en cuando me decía si quería que descansásemos algún día, pero yo le contestaba que no. En caso de que hiciera sol y no lloviera hasta la tarde, y por suerte así fue todos los días, salíamos a hacer deporte. A caminar, a escalar, a subir cumbres… sin parar. Quería llenarme de todo el ejercicio que pudiera ser capaz de aguantar porque sabía que muy pronto dejaría de hacerlo. Era como una despedida, sin nostalgia y sincera.

Laia nació y la crianza llevó a mi vida otras necesidades, otros intereses. Los primeros meses no podía separarme de ella, ni ganas. Estaba en mi oasis de felicidad, viendo crecer a mi hija y no tenía ganas de nada más que no fuera estar en familia, y ser feliz así, sabiendo que ella había llegado a nuestra vida. El tiempo fue pasando y cada vez me encontraba en más baja forma. Y de vez en cuando, la palabra deporte, volvía a mi boca en forma de: «tendría que volver a hacer deporte«. Pero había algo que me retenía; no me apetecía nada ni ir a esquiar (que nos encanta), ni a escalar. Sólo de hacer cosas poco, muy poco comprometidas como andar a pie plano! (¡y tan poco comprometidas!). Un día, de noche, que es cuando estoy más lúcida, supe por qué no me apetecía volver a hacer lo que hacía antes del embarazo. Por miedo. Por miedo a hacerme daño.

Ha pasado un tiempo y a pesar de que ese miedo no es tan intenso, sigo pensando que ahora NO me puedo hacer daño. Ahora, NO me puedo romper ningún pie, ni rodilla. Ahora, simplemente, tengo que estar bien. Porque ella me necesita, y a pesar de que sé que los deportes que practicaba eran seguros, algo ha cambiado en mí. Sé que recuperaré las ganas de esquiar, de escalar, pero no sé si volveré a disfrutarlo como lo hacía antes. Es una incógnita que sólo se desvelará cuando vuelva a hacerlo. Esquiar ya lo he hecho, pero muy poquito y muy poco a poco, con miedo, sí. Será cuestión de tiempo y de práctica.

Pero para no quedarme quieta y volver a ser un poco la que era, hoy he ido a correr. El primer día. He vuelto a correr. Me he puesto unas mallas, me he calzado las zapatillas y he vuelto a correr. Al principio he sentido como si mis tejidos, mis órganos y mis huesos dijeran «Pero qué coño hace esta loca?!» y al cabo de un rato, «ah … ya me acuerdo … es lo que hacía antes de tener a Laia … sí… cuando se movía y hacía DEPORTE!«. Al principio todo ha chirriado, mucho, muchísimo. Pero poco a poco, he ido sintiendo esa dulce sensación que ya casi no recordaba. Oh … qué placer volver a hacer deporte! Sí… ya era hora.

(PD: ¡Tuve agujetas media semana, por lo menos!;))

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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