te echo de menos

Te echo de menos

Hay días en que, desde que soy madre, echo de menos a mi pareja. Hay días que por más cerca que lo tenga, por más cerca que lo sienta, por más cerca de mi que duerma, lo echo de menos.

Porque sobre todo, estos días echo de menos el tiempo juntos sin interrupciones, sin obligaciones, sin mil cosas en la cabeza más que este tiempo compartido, de mirada atenta y escucha voraz.

Los que ya sois padres sé que me entenderéis perfectamente. Los que no, espero que también. Porque los que sois padres sabréis que a pesar de que diga todo lo que diré ahora, por nada del mundo, por absolutamente NADA, cambiaría nuestro nuevo estado de familia de 3.

Pero como dicen, una cosa no quita la otra, y en días como hoy, que nos hemos visto sólo pasar, que casi no hemos podido ni hablar, que nos hemos besado de reojo mientras mi hija agarraba a su padre por el brazo diciéndole «¡cuento, cuento, cuento !»… le echo de menos.

Por suerte, hay pocos días como estos, pero los que hay, no son fáciles. Porque, literalmente, casi no hay ni tiempo para un abrazo largo y reconfortante.

Su mundo y mi mundo, quizás a tempos diferentes, pero ambos a piñón fijo con cosas que tenemos que hacer, cosas que tenemos que pensar, cosas que no nos podemos descuidar, cosas que blablabla…

Nos vemos al mediodía y tenemos la esperanza de poder charlar un rato con calma, pero ella ha decidido no hacer siesta, de momento, y las pilas no se le acaban. Actividad, actividad, actividad… hasta que él vuelve al trabajo. Me he olvidado de decirle que ha llamado su hermana para invitarnos a comer el sábado. Ostras, lo tendré que llamar para decirle que pase a recoger aquello antes de venir a casa.

Sin parar un momento ni él, ni yo, ni mi hija, llega la noche. Y volvemos a tener la esperanza de encontrar un rato para poder hablar.

Tengo mil cosas para contarle. Él tiene mil cosas para explicarme. Entra por la puerta, nos damos un beso casi al vuelo, y empieza a charlar deprisa para decirme que ha ido a buscar aquello pero que aún no lo tenían.

Cuando todavía no ha terminado la frase mi hija se lo lleva a enseñarle el dibujo que ha pintado. Nos damos cuenta de que ya es hora de bañarse y padre e hija se vuelcan en su «tiempo compartido de reencuentro». Yo aprovecho para terminar la cena y aún me queda tiempo para poner una lavadora.

Nos sentamos en la mesa los tres y cenamos entre conversaciones interrumpidas y risas observando como nuestra hija se empeña en comer totalmente sola. Poco a poco, lo va consiguiendo.

Acabamos de cenar (todavía no le he dicho que ha llamado su hermana), y ella se lo lleva a jugar un rato más. Quiere alargar hasta el infinito la hora de ir a dormir y le pide, ya en la habitación «¡cuento, cuento, cuento !»… ya bosteza.

Confío en que se duerma deprisa y yo pueda charlar un rato con calma con mi compañero. Voy y veo que a ella se le cierran los ojos. Me dice «teta» con cara de «por favor, tengo mucho sueño». Él se va y nos deja con «nuestro tiempo compartido de buenas noches».

Al cabo de un buen rato salgo de la habitación de puntillas y, finalmente, me siento en el sofá. Él ya ha puesto un lavavajillas y ha recogido la cocina.

Viene a sentarse conmigo y me doy cuenta de que ahora sí, podemos mirarnos a los ojos un momento con calma. «Estoy hecho polvo», me dice. «Yo no me aguanto», le respondo. Decidimos acostarnos y no quedarnos atontados y evadidos mirando las cosas tan poco interesantes que hacen hoy en televisión. Para hablar, no tenemos ni fuerzas.

Me tumbo en la cama y me doy cuenta que hoy también me duele la espalda. Respiro profundamente y siento que estoy muy, muy cansada. Noto como me va viniendo el sueño, poco a poco pero sin pausa. Él se mete en la cama y me abraza. «Oh, qué sueño …», me dice casi al oído.

Y entonces recuerdo que todavía no le he dicho que ha llamado su hermana para invitarnos a comer el sábado, y que también me he olvidado de decirle que he hecho una rayadita en el coche (él diría rayada) saliendo del garaje. Pero tengo tanto sueño que no quiero hablar para no desvelarme.

O sea que me callo y simplemente me abandono a este sueño tan dulce que me llega, sintiendo como él hace lo mismo. En ese momento, sólo soy capaz de decirle «Te echo de menos», y de darle un beso en los labios. Antes de dormirme me parece oír que él responde “Yo también te echo de menos. Que descanses”.


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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

5 comentarios

  1. Buah! és ben bé així, no hi ha temps per tot quan estem els tres junts, i per molt que hi hagi alguna cosa urgent a parlar, el primer és el nen, que boicoteja la conversa fins que aconsegueix l’atenció del pare o la mare que necessita en aquell moment (i dic que necessita perquè realment és així, no és pas un caprici… ni una manipulació intencionada per tocar-nos la pera)
    .
    No us ha passat moltes vegades allò de: demà anem a dinar a casa el meu pare, i l’altre: ah si? no m’ho havies dit! I jo: no??? em semblava que si! i ell: no-no… En fi!: molta paciència!

    També he de dir que el Quim, amb 5 anys, cada cop ho fa menys, sobretot si li dediques una estona a consciència quan arribes a casa, després ell va fent i pots parlar amb la parella…és un truc que funciona, però aquesta estona ha de ser a consciència, encara que siguin 10 o 15 minuts.

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