Clara quería ir de rebajas

Clara se iba de rebajas. Hacía cinco meses que había dado a luz, el tiempo exacto que hacía que no se compraba prácticamente nada de ropa. Su cuerpo había experimentado tantos cambios… tantos, que no habría sabido ni qué talla escoger. Pero aquel día tenía ganas de comprarse algo, de regalarse un pequeño detalle. Y le daba igual si dentro de nada ya le quedaba grande (porque aún no había perdido todos los kilos que quisiera). Había decidido que iba de rebajas y punto.

Llevaba a su hijo en el cochecito, un bebé precioso con pelo rizado que se había dormido nada más salir de casa. Ella estaba contenta, feliz de ir de compras con aquel hijo que le alegraba la vida. Pero pronto comenzó a agobiarse: había gente por todas partes y en cada tienda, música máquina a todo volúmen que hacía arrugar la frente de su bebé. Entonces era cuando se indignaba y se decía que este mundo no estaba hecho para madres como ella con bebés de cinco meses. Pero no desistía: quería comprarse algo. Cogió unos pantalones y entró con bastantes dificultades en el probador con el cochecito y el niño que, milagro, todavía dormía. Le iban demasiado justos. Estaba en bragas y le hubiera gustado decir a alguien “¿me puedes traer una talla más?”, pero en estas tiendas de hoy en día no encuentras a nadie que te atienda y le dio pereza vestirse, salir, buscar la talla, volverse a desnudar y volverselo a probar. Optó por coger una talla más y cruzar los dedos para que al llegar a casa, aquellos no le hicieran bolsas en ningún sitio. “Ya los cambiaré”, se dijo, medio contenta porque finalmente había podido quedarse algo.

Todavía le quedaban energías para comprar lo que más necesitaba: sujetadores. No los quería de lactancia, estaba harta. Los quería un poco sexys, un poco monos… Quería sentirse atractiva a pesar de ir todo el día con los empapadores y aquellas tiras anchas para aguantar la talla 105 que se le habían puesto las dos tetas… Pero entonces el niño ya tenía los ojos abiertos. Entraron en la tienda con la misma música horrorosa que en la de antes. El niño comenzó a gemir y a quejarse justo cuando ella trataba de escoger entre un sujetador con puntillas o unos de color lila muy bonitos. “Tranquilo, amor, ahora te saco del cochecito”… pero el niño empezaba a subir la voz al mismo volumen que la música de la tienda… Escogió de un plumazo los lilas y cogió dos tallas, por si acaso. Los colgó en el mango del cochecito, cogió el niño y lo sostuvo con un brazo para con el otro, empujar aquel carro hasta la puerta del probador… “¿Y ahora, cómo democions me lo pruebo?” Fue entonces cuando maldijo haber salido de rebajas sin su madre, o sin una amiga, o sin alguien que le hiciera la vida más fácil…

“Cariño, te dejo un momento en el cochecito, mientras mamá se prueba eso, ¿vale?” Y escuchó como el niño lo desaprobaba con gemidos pero por ahora no muy intensos. Se desnudó a toda prisa y el niño, al ver aquellas dos tetas recordó qué era lo que más le gustaba de este mundo y empezó a mirarlas con ojos como platos y a decir “¡QUIERO TETA!” como lo sabía hacer entonces, es decir: ¡llorando! Y a ella, al oír aquel llanto, la leche le empezó a manchar los sujetadores nuevos que apenas se había puesto a cada brazo e intentaba abrocharse… Llegados a este punto, la sensación de estrés ya era considerable y con los sujetadores mojados de leche ya no había salida: “me los tengo que quedar”. Se los sacó sin mirar cómo le quedaban. Ya no quería nada, ya no quería ni rebajas, ni ropa, ni nada de nada. Sólo quería salir de allí y volver a casa, escapar de aquella tarde de compras que había resultado nefasta. Se abrochó el portabebés (¡eso sí que sabía hacerlo rápido!) y se colgó el niño, que intentaba con todas las fuerzas sacar la ropa que lo alejaba de la piel de la teta de su madre… Ella pagó, casi sin aliento, deseando que le fueran bien…

Al cabo de media hora llegó a casa y se lo sacó todo: tenía calor, había sudado, iba manchada de leche y sólo tenía ganas de tumbarse en el sofá y dar la famosa teta a su bebé que bastante paciencia había tenido toda aquel rato de rebajas!

Al cabo de unas horas, cuando llegó su compañero a casa le preguntó: “¿Qué, has ido de rebajas, al final? ¿Te has comprado algo?” Y ella contestó: “Sí. Me he comprado unos pantalones que no me van bien y un sujetador monísimo que me queda pequeño, que me he tenido que quedar sí o sí, y que además, está dentro de la lavadora”.

Y todo esto lo dijo con ese tono de voz que su compañero ya reconoce como el de “y no hagas más preguntas”.


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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

Un comentario

  1. A mi em va passar EXACTAMENT el mateix xo era un vikini… Me’l vaig quedar, esclar! I les taques d llet no van marxar mai més… És el record dl meu primer dia d compres…

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