¡No la soporto!

La habitación de hospital era pequeña, casi no cabían. Lidia había parido, por suerte, de madrugada y la familia había tardado en llegar tres o cuatro horas que le habían parecido caídas del cielo, tanto a ella como a Martín su marido.

Habían podido estar solos, los tres. Pau había pesado 3,530 después de un parto que a esas alturas a Lidia aún le parecía «normal».

Estaba cansada, con ganas de sentirse con más fuerzas. Se sentía rara, no sabía muy bien cómo coger aquel hijo que era suyo, ni cómo darle el pecho, ni cómo cambiarle el pañal… Sentía que no sabía hacer nada y se sentía insegura, torpe.

Martín era feliz, estaba muy contento y tenía toda la seguridad que en aquellos momentos le faltaba a Lidia. «No te preocupes», le decía «esto es porque estás muy cansada… y por los puntos. Cuando lleguemos a casa todo será diferente, será mejor».

A las doce del mediodía, dentro de la habitación había ya más gente de la que Lidia creía posible. Su padre, su tío, su abuela que no paraba de ordenar cosas que no había que ordenar y su madre, que valía por diez.

Esa mujer estaba sobreexcitada, como si se hubiera tomado café intravenoso…! No paraba de decir frases que a Lidia la sacaban de quicio y quería tener el niño todo el tiempo ella en brazos. «Tú tienes que descansar, yo ya te lo aguanto”… y mientras todos hablaban de cualquier cosa, como si Lidia no estuviera, como si no acabara de parir.

Martín, había aprovechado para irse a duchar a casa y coger cuatro cosas y Lidia no veía la hora de que volviera a su lado y echara toda aquella gente… Quería estar sola con él, con Pau, quería mirarlo, quería saber de qué color tenía los ojos (todavía no se los había visto abiertos)… quería simplemente, tenerlo encima y llenarse de él, porque pensaba que quizás así comenzaría a sentirse mejor, más segura, más… madre.

Pero Martín no llegaba y la familia no se iba. A la una del mediodía Pau empezó a llorar. «Tiene hambre» dijo su madre y le devolvió a su hijo, por fin. «Vigila como le das el pecho que si no se te agarra bien te hará grietas… Tú a mí me hiciste muchísimas y al cabo de nada ya dejé de darte de mamar… ¡Era insoportable con el dolor que me hacían…!», «No, así no… Espera, aprieta el pecho con dos dedos a ver si sale algo…», «Quizás ha hecho caca y lo que quiere es que le cambies…», «Lo cojo yo y lo paseo, a ver si lo que quiere este niño son brazos, el muy listo…!»

Lidia no se lo podía creer. No la dejaba respirar, como siempre. Ni siquiera hoy, que tenía que ser uno de los mejores días de su vida, no la dejaba respirar. No la dejaba hacer, no la dejaba hablar, sentir, ser…

Y ella no se atrevía, no se atrevía a decir nada ni hacer nada más que lo que su madre le ordenaba. Era como si el parto la hubiera dejado vulnerable, como si aún estuviera a merced de lo que le hicieran los médicos y también su familia. Como si no tuviera fuerzas para alzar la voz, o simplemente decir «por favor, marchaos».

A la una y media Pau aún no había dejado de llorar. Lloraba con toda sus fuerzas, lloraba cabreado, triste, agobiado… Cuando Martín cruzó la puerta con una sonrisa de oreja a oreja y miró a su mujer, Lidia tenía la cara desencajada

«¡Ya era hora!» dijo enfadada y triste, angustiada y harta de aquel día horroroso que apenas, como quien dice, acababa de empezar… Cuando él se acercó para darle un beso y pedirle «qué te pasa», su madre le empezó a explicar desde cuando lloraba el niño, por qué, qué había que hacer y de qué manera.

Martín en menos de un minuto ya se hizo una radiografía de lo que debía haber pasado mientras él estaba fuera y automáticamente puso en práctica lo que le habían dicho a preparación al parto que tenía que hacer: proteger a su mujer.

«Escuchad, para Pau y para Lidia lo mejor será que nos quedemos un rato solos… A ver si aprendemos a dar de mamar y a ver si se calman un poco… Además, debéis tener ganas de ir a comer, ¿verdad?»

Y como quien no quiere la cosa todo el mundo empezó a desfilar. Todos menos la madre de Lidia, que de allí parecía que no la movía nadie.

Parecía un disco rayado, parecía tan emocionada con la nueva situación de abuela primeriza que no había ni siquiera escuchado las palabras de su yerno. A Martín le sabía mal ser aún más explícito y no se atrevió. Lidia continuaba intentando que Pau se calmara, y ya empezaba a maldecir la episiotomía, los pezones un poco planos que tenía… ¿Era eso ser madre? ¿Era este sufrimiento? ¿Era continuar teniendo la madre encima como si todavía fuese una niña de nueve años que va a la escuela?

Mientras intentaba aprender lo que no había hecho nunca se fue alterando más y más… Oía las palabras de su madre sin prestar atención a qué significaban, a lo que querían decir. Como si se hubiera marchado muy lejos, como si estuviera mirando una película de las que te está haciendo pasar un mal rato y sólo deseas salir de aquel cine. Finalmente, cuando su madre se le acercó y le dijo: «¡Así no! ¿Que no lo ves, como llora?» Lidia gritó «¡Basta, mamá! ¡Vete y déjame tranquila! ¡Es mi hijo, no el tuyo!» Y se hizo el silencio. Aún con la rabia clavada en la boca del estómago vió como su madre cogía el bolso y la chaqueta y salía de la habitación con cara de ofendida.

Cuando se volvieron a quedar los tres solos Pau ya no lloraba, o quizás aún lo hacía pero sólo se oían los llantos de Lidia. Lloraba de pena, de rabia, de enfadada, de «no puedo más», de no entender nada de lo que pasaba… pero sobre todo, lloraba de dolor, de no sentirse todavía madre y de culpa por desear no tener la que le había tocado a ella hacía 31 años.

Martín la abrazó y ella dijo entre sollozos «lo sabes… Tú sabes que la quiero… Pero es que no la soporto, no la soporto» y al cabo de un rato, cuando aquel llanto parecía que más que ahogar liberaba, añadió: “y tengo mucho miedo… Mucho miedo de convertirme como ella, de ser una madre como ella y de que Pau, cuando sea mayor, un día tampoco me soporte».

Cuando entró la enfermera para entrarle el termómetro que debían poner a Pau tres veces al día, vio una pareja abrazada y un niño precioso mamando del pecho como si lo hubiera hecho toda la vida.

En ese momento, la enfermera, supo que estaba a punto de romper un precioso momento íntimo de aquella nueva familia y también en ese momento se dijo a sí misma que lo que acababa de ver, ella también lo quería.


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Míriam Tirado

Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

15 comentarios

  1. Cierto, hermoso…me siento un poco identificada con el motón de gente, no con la madre por suerte, pero si con la intromisión de los demás en un momento que era solo de los 3..

    1. Zary…
      Cuesta que la gente entienda la importancia de estas primeras horas, la importancia de la intimidad, del ir conociéndonos, adaptándonos tranquilamente,… Ojalá poco a poco este momento se vaya respetando cada día más…
      Besos

  2. Que dur deu ser això que expliques! Sort que és un conte però segur que algú s’ha sentit així o pitjor. La meva experiència és totalment diferent i el fet de viure lluny de casa ens va «ajudar». Però paradoxalment jo necessitava a la meva mare més que mai o als meus amics per ensenyar-lis amb persona el meu fill. Igualment aquí a Edinburgh són molt estrictes amb el tema visites i només poden estar mitja hora. I em sembla més que correcte aquesta mesura. A veure si la gent pren consciència d’aquests moments tan familiars i íntims.

  3. Yo siempre diré que mi próximo parto (el día que venga) será muy diferente a el de mi niña. Siempre lo recordaré maravilloso por ese día pude conocer a mi princesa y fui madre por primera vez, pero con tantas cosas que mejorar…
    El parto es una de ella, pero no viene a cuento en la entrada, pero sobre las visitas no les voy a dejar venir al hospital, fue una locura y eso que tengo pocos familiares, solo por parte de madre! Familiares paternos no tengo y los de mi marido viven en otro provincia, pero nada, no pude ser YO hasta que estuve entre mis cuatro paredes y sola junto a mis tesoros.
    No se podía descansar, estaba embotada, cansada, no reaccionaba con normalidad… no me gustaba nada esa actitud mía, se supone que había leído mucho al respecto para saber más o menos que pasaría y reaccionar en consecuencia… pero no fue así, entre otras cosas por eso, por falta de descanso y tranquilidad, cuando podía hacerlo venia Pepito y Pepita, después Manolito y familia, todos con mucho cariño e ilusión, pero todos queriendo coger a mi pequeña, charlar, preguntar, etc.
    Y sobre mi madre, no sé, es una cosa rara de mujer, se muestra muy controladora en unos aspectos e indiferente en otras… por desgracia no la soporto la mayoría del tiempo.

    1. Ushhh me pasa igual…No la soporto la mayoría del tiempo ,y felizmente nunca he metida cuando nació mi hijo pero espero mi próximo hijo sea una experiencia mucho maas grata y con mucho x mejorar. Saludos

  4. Yo a mi madre la eché de mi casa cuando llegué a los dos días de dar a luz. Como lo oyes. Me sentí muy culpable después, pero es que me estaba poniendo histérica con su empeño en que le diera manzanilla a la niña, que lloraba demasiado, que no sacaba nada del pecho, que toda la vida se había dado manzanilla y no pasaba nada…. Me repetía ese «mantra» una y otra vez, hasta que la eché de mi casa, agobiada y preocupada por mi niña. Qué mal día.

  5. me siento muy identificada, una vez más has «atinado»
    refleja exactamente como maltratamos por inexperiencia y sin querer, y aún me duele, a mi primer hijo, así costo q se agarrara pero lo conseguimos
    no sé si tiene algo q ver pero es un niño muy ansioso
    después cuando nació la segunda ya lo teníamos bien organizado y no dejamos acercarse a nadie y mandamos nosotros en las presentaciones oficiales y tod fue como la seda

  6. En mi caso me tocó dar a luz en otro país con menos familia, y justo en esos días parte de la familia se fue de crucero, así q me tocó vivir mi experiencia de ser madre en bastante intimidad, lo disfrutamos.

  7. En mi caso fue diferente. Mi madre con una mano escayolada, recién operada se veía abrumada por la situación. No daba consejos ni decía prácticamente nada. Se veía mirando a su nieta como si ella misma jamás hubiese parido.
    Necesité tal vez más consejos o ayuda por su parte. Sobretodo a la hora de dar el pecho, que me fue muy costoso al principio. Aún habiendómelo dado ella a mi 2 meses dijo no recordar cómo se hacía.
    Era una situación nueva para todos en la que agradecí enormemente la ayuda en ciertos momentos del personal del hospital.
    Cuando llegó el momento de irnos a casa con la criatura fue cuando realmente sentí miedo por lo que venía.
    Ahora estoy muy orgullosa de cómo estamos y estoy criando a mi hija. 17 meses de lactancia materna.
    Tal vez si mi madre se hubiese entrometido no lo hubiese hecho mejor.

    1. Hola Lorena, entiendo lo que cuentas. Quizás te dolía esa «distancia» que sentías, ese apoyo que necesitabas en ese momento en particular… Celebro que estéis bien y enhorabuena por vuestra lactancia. Un abrazo.

  8. A mí el no soportarla me sigue pasando. Y lo que más me duele es que mi pareja no lo entienda. De los primeros días recuerdo muy poca empatía, malas caras si yo quería tener a mi hija en mis brazos en vez de querer que pasara de u no a otro, incluso aprovechar a qye mi pareja la tuviera en.brazos para cogerla.ella…poca tranquilidad, cada poco comidas familiares a las que no me podía negar..uf..y mi pareja sin.entender que después de 3 horas de reunión familiar yo necesitaba física y psicológicamente volver a casa..y con el tiempo veo poca mejoría.

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