Fortuna

21.3.2001

Hace un par de sábados, con Laia ya en la cama, zappenado buscando una película, nos encontramos, por casualidad, con un reportaje sobre la sanidad reproductiva en diferentes lugares del mundo. Era la noche temática de Documentos TV de Televisión Española, la semana del 8 de marzo. Nos quedamos absolutamente enganchados y lo que ví me hizo recordar un sentimiento que ya he tenido otras veces desde que nació Laia. El de sentirme afortunada, simplemente, por haber nacido donde he nacido. Es un tópico, lo sé, y también sé que es muy fácil decirlo y que quien más quien menos cree que es mejor nacer aquí que en según qué país del mundo. Pero una cosa es tenerlo registrado en la mente, saberlo, reconocerlo, y otra, bien distinta, sentirlo adentro.

¿Por qué digo todo esto? Pues porque si yo hubiera nacido en según qué país ahora mismo estaríamos muertas tanto yo como mi hija.

Algunas semanas después del parto me encontré con la comadrona que nos atendió en casa durante el proceso de dilatación. Yo estaba todavía con un sentimiento importante de culpa por haber acabado con un parto por cesárea. Tenía la sensación de que había hecho algo mal, o que no me había esforzado lo suficiente. Como si algo me dijera que lo habría podido hacer mejor y así, terminar con un parto vaginal. Mira que el ginecólogo y las comadronas del hospital no se cansaron de decirme que era una cesárea absolutamente necesaria, pero algo en mí no quería escuchar.

Hasta ese día. Aquel día en que quedé con mi amiga en un parque de Manresa. Su hija jugaba en los columpios y nosotras nos sentamos en un banco porque yo tenía que dar el pecho a Laia. Entonces le dije que quizá yo hubiera podido hacer más de lo que hice, que tenía la sensación de haber fallado a mi hija y haberle dado un parto peor de lo que se merecía. Ella, que ya me había oido este discurso algún día justo después de parir, me dijo muy contundentemente, «tu cesárea os salvó. Si hubieras estado en un poblado de África, estaríais muertas. Las dos».

Zasss! Eso me tocó el alma. Me dio la dosis de realidad que me faltaba o que me negaba a aceptar. Y no me volví a lamentar más. Me supo mal sufrir una cesárea, sí, pero he intentado recordar que NOS SALVÓ, y que tengo mucha suerte de haber nacido donde lo hice. La mortalidad materna en muchos países del mundo es elevadísima y muchos partos que evolucionan como el mío, la mayoría, si no hay los centros sanitarios adecuados con los recursos y el personal adecuado, acaban de la manera más fatal.

El reportaje de hace dos sábados me hizo llorar. Me sentí mal de haberme quejado tanto después de ver que hay miles de mujeres que no lo pueden hacer porque simplemente, mueren. Me sorprendió ver las cifras de mortalidad materna. Es brutal, y una pena. Y sobre todo, me hizo sentir muy afortunada. De estar donde estoy y de haber podido sobrevivir al parto y tener ahora aquí, a mi lado, a una hija preciosa que me llena de felicidad.

(Para ver el reportaje del que os hablo, sólo tienes que hacer clic aquí).

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Míriam Tirado

Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

2 comentarios

  1. Pues sí Miriam, yo me sentí afortunada desde mi embarazo por vivir donde vivo y por que mi hijo pudiese nacer aquí. Embarazo de riesgo (miomas, placenta previa oclusiva, quiste en un ovario….) embarazo de reposo….Cesárea programada. Somos afortunados. Hoy, leyéndote, yo también he querido recordarlo.

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