Comer tendría que ser un placer

7.7.2011

El otro día estábamos comiendo en un refugio de montaña en la Cerdaña francesa. Muy cerca había otra familia, con dos niños, uno de los cuales (el pequeño) tendría unos 5 años. Ellos ya estaban cuando entramos preguntando si todavía servían el «plat du jour». Tenían la bebida servida y esperaban diría, con hambre. Pues bien, desde entonces, desde el preciso momento que nos sentamos a la mesa oí una única conversación: si el niño pequeño comía o no. Dijo que tenía hambre y cogieron una bolsa de patatas (de las pequeñas) que compartieron entre los cuatro. «Que si coges demasiadas, que si luego no comerás, que si ya no comas más…» Al otro hermano, el mayor, no le decían ni mu.

Después de este pequeño detalle me centré en nuestra hija, que quería trepar por todos los rincones de aquel refugio de montaña. «¡ECALÁ, ECALÁ!», dice cuando quiere trepar. Y nos pusimos a charlar con mi compañero de un montón de cosas. Pero cuando les trajeron la comida a la familia de al lado volvió a ser imposible seguir hablando porque volvieron a monopolizar el espacio físico y energético del pequeño local regañando constantemente al niño pequeño porque no comía lo suficiente ni lo suficientemente bien, el plato que le habían llevado a la mesa. Me fijé en el niño y no protestaba, sólo ponía cara de asco y de resignado. Me dio pena. El otro hermano tampoco decía nada y lo que le habían traído tampoco le gustaba mucho, creo que comía tan poco como el otro, pero con este nadie se fijaba y sólo tenían ojos de recriminación por el otro, el pequeño, que deduje que debe ser el que tiene más dificultad en esto de la comida. Pero es que sinceramente, si yo tuviera 4 ojos mirándome y juzgando todo lo que como o dejo de comer, de qué manera lo hago y en qué cantidad también tendría más de una dificultad en este tema! Me chocó mucho oir como le decían los dos: «pequeñajo, que eres un pequeñajo y así te quedarás!», Y ver la madre que le daba la comida añadiendo: «traga lo que tienes en la boca…¡rápido!». Entonces pensé que si aquellos hubiesen sido mis padres, también me habrían llamado pequeñaja, porque yo de pequeña ni mucho menos, comía de todo. Tuve la suerte, sin embargo, que nunca me obligaron a comer.No tengo ningún mal recuerdo de ninguna comida, y ahora, que tengo 34 años, puedo decir que como de todo, todo aquello que no me gustaba de pequeña, ahora me encanta.

Cuando salimos del refugio, le dije a mi compañero, «que nunca nuestras comidas sean como las de aquella familia, por favor.» Las comidas, ese rato tan importante para compartir todos juntos (y más aún si estás de vacaciones), deberían ser agradables, en las que todos hablen, en las que se ría, en las que se debata, se comente, se coma a gusto, se saboree la comida y las palabras. En que se disfrute de la compañía y el amor. Un rato para segregar oxcitocina familiar y salir con esa sensación de haberlo pasado bien, de haber estado a gusto juntos y comiendo. Porque comer debería ser un placer y no un calvario. Y estar juntos, debería ser agradable y no un tormento.

La comida también es un gran tema durante la crianza y muchas madres y padres se preocupan muchísimo. Las gráficas y estadísticas de peso no ayudan y entonces, se angustian cuando ven que su hijo no quiere comer de todo, o come, a su entender, poco. Se angustian tanto que aquel rato (el desayuno, el almuerzo, la merienda o la cena) se acaba convirtiendo en un momento desagradable, en el que los protagonistas son el conflicto, el chantaje y el mal rollo. Y yo me pregunto, ¿queremos que coman a toda costa y de la forma que sea, o queremos que aprendan a disfrutar de la comida y del tiempo en la mesa con nosotros? ¿Qué es más importante? ¿Los escuchamos lo suficiente? ¿Les damos el tiempo que necesitan para comer? ¿Les dejamos comer solos, si es lo que piden? ¿Dejamos que se ensucien, que experimenten, que jueguen? Ya aprenderán a hacerlo mejor cuando sean mayores! Cuando veo el montón de casos de chicas y chicos, mujeres y hombres con anorexia y bulimia, pienso que quiero que mi hija aprenda e integre que comer, nutrirnos, es un placer. Porque si comemos, podemos vivir, y vivir vale la pena. Esto es lo que quiero que sienta; que vivir le merece la pena.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

5 comentarios

  1. La verdad, es que no sé por qué los padres hacemos estas cosas, es un martirio y lo único que consiguen es que nadie disfrute de la velada, a mi de pequeña no me gustaba mucho comer fuera (como mi madre nadie) pero no me presionaban de esa manera, de hambre no me iba a morir eso seguro.

  2. Eso fue una cosa que tuvimos claro desde el principio: no obligaríamos a la gordi a comer y nuestras comidas no serian un infierno por esa causa. Hasta día de hoy, la gorda come lo que quiere y cuando ya no quiere mas pues se acabo, no hay engaños, ni broncas ni obligación ni lagrimas… Y lo bueno de todo esto es que la niña sabe perfectamente cuando tiene hambre y lo que le gusta. Un besazo y menuda comidita os dieron esos padres, pobre crio…

  3. Nosaltres tenim un nen que no gaudeix de molts gustos, no li agrada la varietat i a més a més aburreix els aliments que li agraden, és força desesperant…Però en gran part ho és, de desesperant, per aquella dita popular que ha fet tan mal en tots els sentits de la criança: «si no s’hi acostuma ara no ho farà mai!»…
    Jo sento que no és així, que el meu fill s’anirà acostumant a menjar de tot, però ho passo malament, perquè tinc integrat això de que serà un nyicris, que no podrà anar enlloc,…en fi: que voldria que fos d’una altra manera, però és així i ja n’aprendrà…intento no enfadar-m’hi, tot i que per pena que em faci, i tot i haver-m’ho proposat…de vegades encara el renyo i el pressiono…jo també n’aniré aprenent…

  4. Yo nunca obligo a Sara a comer. Ella come lo que quiere cuando quiere y punto. Yo fue muy mala comiendo cuando pequeña y recuerdo que me dejaban horas sentada en la mesa o sobre la lavador para que tragara un pedazo de carne.. hasta que mi mamá entendió que no me gusta la carne (aun hoy) y que prefiero el pescado por sobretodas las cosas.. hay que dejar que los niños disfruten y conozcan la comida a su manera.. a veces los adultos queremos que se comporten como lo que no son.. ellos son solo niños!!

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