¿Por qué molesta tanto la crianza con apego?
¿Por qué molesta tanto la crianza con apego? ¿Por qué? Me acuerdo de cuando mi madre estaba embarazada de mi
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Este verano, en la piscina de uno de los campings donde estábamos, Laia, sus amigas y otros niños y niñas de, más o menos su edad, nadaban, se tiraban de cabeza, hacían piruetas, intentaban hacer la vertical y no sé cuántas cosas más. Los padres, algunos dentro de la piscina y otros al lado, los mirábamos. Laia me decía «mira mamá, mamá mira!!!» y hacía algo de lo que estaban practicando. Al cabo de 10 segundos volvía a gritar «mira mamá, mamá mira!!!», y así sin parar. A su lado, unas amigas vascas gritaban lo mismo en euskera a sus padres, y más allá, otros amigos holandeses y alemanes hacían, en su idioma, la misma petición a sus progenitores.
Cuando crías con respeto y vínculo hay días duros. Cuando son bebés, hay días que lloran sin cesar porque algo que no sabes descifrar y los meces, los amamantas, los paseas… Noches que se despiertan más veces de las que creías posible, días que se enfadan y protestan y parece que a todo lo que tú dices él responde «NO». Porque hay días que estás cansada y no puedes con tu alma. Que te gustaría tener la cena hecha, la cocina recogida, la casa en perfecto estado de revista, la ropa plegada y en los armarios, etc. Que te gustaría tener lo del trabajo resuelto.
Cuando leáis esto ya os habréis dado cuenta que en esta sociedad vamos demasiado deprisa, no tengo ninguna duda. Pero os escribo para deciros que yo no quiero correr, y que a pesar de mi deseo, demasiados días me encuentro corriendo y haciéndoos correr. No lo digo con sentimiento de culpa ni rompiéndome las vestiduras, sino simplemente para que sepáis que lo siento. Laia, siento decirte que te des prisa cuando estás desayunando, es algo que no soporto, que no puedas comer con la calma que a ti te gusta. Pero a pesar de que te levantamos muy temprano para que tengas tiempo de todo, a veces tú necesitarías dos horas más.
Las dos escenas que os describiré ahora pueden convivir en un mismo día en mi casa. Los dos polos, el ying y el yang, las dos caras de una misma moneda. Estamos todos en el comedor. Él pela una manzana y las tres vamos a pedirle un trozo. Él se rie asegurándonos que la manzana era suya y que siempre se la birlamos casi toda! Le hacemos cosquillas o algo para fastidiar aún más. Reímos, reímos todos. Me tumbo en la alfombra de delante del sofá y en cuanto me ven se me abalanzan: Laia se apalanca sobre mí y Lua viene gateando a una velocidad de vértigo. Ella, pequeña como es, hace fuerza para hacerse espacio entre su hermana y coger un pedazo de mí también para ella. Las subo a caballito y me quejo que me asfixian. Laia me sopla, me hace cosquillas y yo le hago lo mismo entre risas. “Ojo con Lua», decimos él y yo al unísono y acto seguido nos revolcamos las tres en el suelo mientras reímos y chillamos como si no hubiera un mañana.
Si tenéis hijos, seguro que sabréis de qué os estoy hablando: estamos en un momento de equilibrio inestable. O de equilibrio colgando de un hilo. Lo del «todo está bien pero ten cuidado porque en una décima de segundo puede dejar de estarlo». Os sitúo: Hija de 5 años y medio que a ratos es muy mayor y a ratos se vuelve muuuuy pequeña. Hija de un año que es muuuuy pequeña pero que a ratos quiere ser muuuuy mayor. Padres que intentamos, a pesar del montón de trabajo y el montón de cosas en la cabeza, atender las necesidades de una y otra sabiendo, sin embargo, que a veces el equilibrio se rompe. Más un factor que es un gran desestabilizador de la balanza: celos.