Cosas que pasan…

Eran una pareja perfecta, decía todo el mundo. Iban a la una, eran divertidos, se quería un montón, eran felices. Hacía años que salían juntos y no habían tenido nunca ni una discusión de las que se denominan “importantes”. Habían comprado piso, coche, etc, a medias sin pensárselo: tenían tan claro que querían vivir para siempre juntos que no les daba miedo que un día algo se rompiera y hubiera que dividir todo aquello material que poseían.

Cuando hacía 5 años que ya estaban juntos decidieron ampliar la familia y todo había ido igual de perfecto que hasta entonces. El embarazo, el parto… incluso el postparto, un poco complicado al principio, habían podido superarlo con cierto éxito. Hasta ahora. Ahora que Jan tenía ocho meses y que gateaba por toda la casa, algo invisible había pasado y ya nada era tan fantástico. Era cómo si la pareja que habían conocido hasta entonces, se hubiera ido desintegrando poco a poco: cada vez tenían menos tiempo y estaban más cansados. Pero esto no era lo peor. Lo más duro, lo más difícil era que a menudo no estaban de acuerdo en la manera como había que criar al niño. Era cómo si hablaran dos idiomas distintos. No había punto medio: uno estaba a la derecha, el otro a la izquierda y Jan en medio, mirándolos a los dos con curiosidad cada vez que discutían sobre qué había que hacer o de qué manera.

Mireia quería dar el pecho hasta que Jan quisiera y en cambio Joan, el padre, ya creía que mamaba demasiado. Ella habría colechado desde el principio y sin ni pensárselo, y en a cambio él, a Jan le molestaba el niño en su cama porque sufría y ya no descansaba tranquilo.

Mireia, si Jan lloraba o se quejaba por algo, tenía paciencia. Joan no. Le molestaba que llorara, y siempre tenía la impresión que les tomaba el pelo, que tan pequeño y ya sabía lo que quería… En el fondo, lo que Joan no acababa de decir nunca a su compañera era que estaba enfadado porque desde que estaba Jan, su mundo había cambiado de repente. Desde que estaba él, su mundo de pareja se había transformado, con otro cuerpo y con otra forma, y Joan, no acababa de digerirlo.

Hablar… no lo habían hecho mucho. El día a día se los comía y cada vez estaban algo más lejos. Aquel miércoles por la mañana Mireia le había dicho “el niño tiene muchos mocos… ¿no has oído como le costaba respirar esta noche?” y sí, Jan se había dado cuenta que algo pasaba… “Llamaré al estudio, diré que trabajaré desde casa” había dicho ella con cara de preocupada… Él se fue hacia la oficina y cuando cruzó la puerta ya no pensó más en todo esto; el montón de papeles que tenía acumulados en la mesa con palabras como “urgente” escritas, le abdujeron por completo.

Al cabo de seis horas, un mensaje al móvil “Llámame”. “¿Qué pasa?”, dijo Joan… “Jan, que le cuesta mucho respirar”, dijo ella medio llorosa… “Lo tenemos que llevar al hospital, tienes que venir enseguida, hace muy mala cara, date prisa”… A él se le estrechó algo adentro. Cogió la chaqueta corriendo y salió. No había sentido nunca aquello que sentía ahora. Era nuevo. Tenía miedo de que a su hijo le pasara algo y entonces, en aquel momento y todavía con la voz llorosa de Mireia grabada en la memoria, se dio cuenta hasta qué punto quería aquel chiquillo que hasta entonces sólo le había parecido que había venido a estropear aquello que él y su mujer tenían. En aquel momento se dio cuenta de hasta qué punto era importante que estuviera, que existiera, que siguiera con ellos.

Al cabo de media hora estaban los tres en el hospital. Les hicieron pasar enseguida… Jan estaba ya medio dormido, agotado de tanto esfuerzo para respirar. En unos minutos de nada ya llevaba una mascarilla que Mireia tenía que aguantarle porque no se le cayera. El niño empezó a llorar, estaba asustado… Ella sólo pensaba una cosa “que se acabe, que se acabe, que se encuentre bien, por favor…”

Aquellos primeros momentos en el hospital fueron tan intensos, que al cabo de dos horas, cuando ya estaban los tres en una habitación de planta con Jan más estable y controlado, a los dos adultos de la sala todavía les temblaban las piernas. El niño finalmente se durmió, en el pecho de Mireia y ella lloraba… en silencio, secándose las lágrimas para que no mojaran su hijo. Joan, que se moría de ganas de llorar con ella, se le acercó. Hacía mucho rato que no se decían nada y mantenían, todavía y a pesar de todo, las distancias. Se le sentó delante, la miró a los ojos y le dijo “Perdóname… Perdóname por haberme ido tan lejos”… Ella empezó a llorar más fuerte, a pesar del miedo de despertar a Jan… aquello ahora no se lo esperaba. “Perdóname también tú a mí”, dijo ella cuando pudo calmarse… “también me he alejado. Los dos nos hemos alejado demasiado” “Sí, Mireia… y si algo tengo claro hoy es que os quiero a vosotros. Y me sabe mal no habértelo podido decir antes. Os quiero aunque me cueste adaptarme a esto nuevo que nos pasa…”

Ellos todavía no lo saben, pero dentro de tres años celebrarán dos aniversarios: uno el día que nació Jan y el otro, el día de su primera y última bronquitis, porque aquel día fue el que verdaderamente nació su nueva familia, la que iría a la 1, incluso en tiempos de tormenta!

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

10 comentarios

  1. Estaba en el tren, de camino al trabajo, leyendo esta entrada del blof.. Y ahora soy la chica que llora mientras mira al tfn jajaja Una entrada preciosa, muy profunda y sincera. Gracias por todas tus súper entradas. Eres una crack! Ten un buen dia 🙂

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